Ortorexia
La obsesión por lo "sano" que esclaviza en silencio

Psiquiatra
En un mundo donde la perfección corporal es un mandato, la ortorexia atrapa a miles en una búsqueda ansiosa por comer "puro". Dos historias revelan cómo la presión social y las redes alimentan este trastorno poco nombrado, mientras expertos proponen caminos para sanar sin culpa.
Conocí a Daniela en junio de 2022, una contadora de 31 años de San Luis con un temblor en las manos que delataba su ansiedad. “No puedo parar de pensar en qué como, todo tiene que ser sano”, confesó en su primera consulta. Su vida giraba en torno a reglas estrictas: solo alimentos orgánicos, nada de azúcar, conteo obsesivo de nutrientes. Diagnosticada antes con anorexia y bulimia, Daniela había derivado su control hacia la ortorexia, una fijación por la "pureza" alimentaria que la aislaba. “Si no sigo mi dieta, siento que mi cuerpo es un desastre”, me dijo. Venía de una familia donde la gordofobia era un peso constante: “Mi padre solo valora cuerpos flacos, mi hermana es modelo”. En Instagram, las cuentas de “bienestar” la bombardeaban con imágenes de cuerpos idealizados, hundiendo su autoestima. Evitaba salir a comer, usaba ropa holgada para “esconderse” y su vida social se desvanecía.
Meses después, en noviembre, llegó Sofía, una estudiante de 20 años de CABA. Con anorexia nerviosa desde los 17, su caso también se inclinaba hacia la ortorexia. Había eliminado carbohidratos, lácteos y cualquier alimento “impuro”, convencida de que así controlaría su vida. Con apenas 38 kilos, su ansiedad era palpable: “Me pongo loca si no sé qué lleva la comida”, admitió, mientras se golpeaba la pierna para calmarse. Su familia, disfuncional, no ayudaba: un padre ausente, un hermano con adicciones y una madre desbordada. Sofía seguía perfiles de “fitness” en TikTok, donde cuerpos esculpidos la hacían sentir insuficiente. “Quiero ser perfecta, pero estoy agotada”, confesó, reflejando el costo de un ideal inalcanzable.
La ortorexia, aunque no está formalmente clasificada en el DSM-5, es una realidad clínica en auge. Según un estudio de la UBA (2023), el 40% de los jóvenes argentinos sigue dietas restrictivas, muchas inspiradas en redes sociales. La OMS (2022) estima que el 9% de la población mundial enfrentará un trastorno alimenticio, pero la ortorexia pasa desapercibida porque parece “saludable”. En Argentina, los casos entre mujeres de 15 a 35 años crecieron un 25% desde 2019, según el Ministerio de Salud (2023), y el 70% no busca ayuda por vergüenza. Daniela y Sofía son rostros de una generación atrapada por la presión de la perfección corporal, donde comer deja de ser placer para convertirse en control.
El tratamiento de la orthorexia no se centra en internaciones, sino en desarmar la obsesión y la ansiedad. La terapia de aceptación y compromiso (ACT) ayudó a Daniela a cuestionar sus reglas rígidas y reconectar con su cuerpo sin culpa. “Por primera vez comí un helado sin calcular calorías”, me contó tras meses de trabajo. Para Sofía, el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) fue clave para reprocesar el rechazo social que la llevó a refugiarse en el control alimentario. Además, en casos donde la ansiedad es severa, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), como la sertralina, pueden ser una herramienta complementaria. “Los ISRS ayudan a estabilizar el estado de ánimo, dando espacio para que las terapias psicológicas hagan efecto”, explica la psiquiatra Laura Gómez, especialista en trastornos alimenticios. Sofía, tras combinar EMDR con un ISRS, empezó a soltar su necesidad de “pureza”: “No quiero ser esclava de la comida”, dijo.
La ortorexia no es un capricho, es un grito silenciado. Necesitamos educar sobre conductas que se tornan patológicas ante el cuidado obsesivo. Según la UBA (2022), el 60% de los pacientes con trastornos alimenticios tarda más de dos años en ser diagnosticado correctamente. Daniela y Sofía me enseñaron que la comida no es el enemigo, sino una puerta al disfrute. Sus historias son un llamado a nombrar este dolor y sanarlo sin estigma. Escucharlas es el primer paso para liberar a quienes viven atrapados en la obsesión por lo “sano”.