Una crítica al conformismo argentino
La mediocridad es más peligrosa que la maldad

Politóloga.

Por qué José Ingenieros sigue incomodando a más de un siglo de su obra.
La maldad, al menos, se declara. La mediocridad, en cambio, se disfraza de normalidad. Y ese es su mayor peligro: se infiltra en los hábitos, en las instituciones, en la cultura, sin que nadie la note. No necesita hacer ruido para imponerse. Basta con que nos acostumbremos a que todo esté “más o menos bien”. Basta con que nadie se anime a soñar en voz alta.
En 1913, José Ingenieros, médico, psiquiatra, filósofo y uno de los pensadores más influyentes de la Argentina de comienzos del siglo XX, publicó “El hombre mediocre”, un ensayo que no ha perdido ni un ápice de vigencia. Más de cien años después, su advertencia resuena con fuerza en un país donde la mediocridad, lejos de ser una excepción, parece haberse institucionalizado.
Ingenieros distinguía entre el hombre inferior (amoral), el mediocre (conformista) y el idealista (creador, transformador). El mediocre, escribía, es el que se adapta a la rutina, aplaude lo común, teme al cambio y se burla de quien sueña con algo mejor. No por ignorancia, sino por pereza moral. Su problema no es la falta de talento, sino la falta de ideales.
Vivimos en un tiempo donde la exaltación del mínimo esfuerzo y la sospecha hacia la excelencia se han vuelto moneda corriente. En la política, premiamos al que grita más fuerte, no al que propone con profundidad. En la educación, la exigencia está mal vista. En los medios y redes, se viraliza lo burdo, no lo valioso. ¿No es esto lo que Ingenieros denunció como el reinado del hombre mediocre?
La Argentina de hoy parece confirmar sus advertencias: una sociedad que desconfía del mérito, sospecha del que se destaca y consagra al que se acomoda. El miedo a sobresalir convive con una cultura que castiga al idealista. Y como advertía el autor: “El idealista es un incordio para la masa mediocre, porque le recuerda todo lo que no se atreve a ser”.
En este contexto, volver a Ingenieros no es un ejercicio nostálgico, sino una provocación necesaria. ¿Qué lugar le damos al pensamiento crítico? ¿Quién se anima hoy a defender ideales que no se compran con likes o encuestas?
El autor no pedía héroes, sino personas dispuestas a pensar por sí mismas, a cuestionar dogmas y construir desde la experiencia. Para él, la juventud debía ser portadora de esos ideales. Hoy, muchos jóvenes tienen energía, pero no horizonte. Ingenieros estaría llamándolos —como nos llama a todos— a no caer en la tentación del aplauso fácil, del todo da igual, del “mejor no destacar”.
El peor enemigo de un país como el nuestro no es la crisis económica, sino la normalización de la mediocridad. Cuando naturalizamos que nada va a cambiar, cuando premiamos al corrupto y ridiculizamos al que estudia, trabaja o se esfuerza, estamos proclamando que los mediocres han ganado.
Pero aún queda margen. Cada acto que desafía el conformismo, cada idea que sacude la pasividad, es un gesto ingenieriano. Leer El hombre mediocre en 2025 es un llamado urgente: a resistir la banalidad, a recuperar los ideales, a construir una sociedad menos gris y más justa.