Impulsada por una agenda global que redefine la identidad
La ESI y el negocio de negar el sexo

Socióloga y ensayista (*)

Nació como una herramienta educativa, pero hoy promueve la ideología de género y debilita el rol de la familia.
El programa lllamado la Educación Sexual Integral inicialmente consistía en brindar a los chicos el conocimiento y los valores que fortalezcan la formación integral de una sexualidad responsable integrando aspectos biológicos (reproducción, dimorfismo sexual: varones y mujeres), psicológicos (autoestima, emociones), sociales (igualdad entre varones y mujeres) y éticos (respeto, consentimiento), siempre adaptados a la edad y al desarrollo de los estudiantes.
Pero, con el tiempo, la ESI se convirtió en algo más: una herramienta de reingeniería social que busca cambiar la cultura tradicional y moldear cómo los chicos se ven a sí mismos. La implementación abarca a todos los niveles educativos, desde los iniciales hasta niveles superiores, tanto en establecimientos educativos estatales como privados según el diseño del Ministerio de Educación. Además se transversaliza a todas las asignaturas y se garantizan programas de capacitación permanente a los educadores en el marco de la formación docente continua, y la inclusión de los contenidos y didáctica de la ESI en programas de educadores.
Hoy, la ESI promueve la idea anticientífica de que el sexo puede cambiarse según la “autopercepción”. Según la Ley Nacional de Identidad de Género de 2012, se enseña que la “identidad de género es la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento de nacimiento”. Esto obliga a las escuelas a afirmar las autopercepciones de los estudiantes, incluso si van en contra de su sexo, so pena de enfrentar críticas o sanciones. La narrativa se presenta como inclusiva, como si fuera una forma de ampliar derechos y luchar contra la discriminación, pero en realidad empuja una visión que desconecta la realidad biológica de cómo uno se “siente”.
Los documentos oficiales indican que hay que “rescatar el significado profundo de convivir en una sociedad plural y poner en valor la diversidad”, pasando de “tolerar” lo diferente a “valorar positivamente la multiplicidad de formas en las que las personas nos manifestamos, pensamos, actuamos y amamos”. Suena lindo, pero en la práctica fomenta que los chicos cuestionen su cuerpo desde una perspectiva subjetiva. Por ejemplo, un manual para chicos de 12 años, en una sección llamada Mi diario de ESI, pregunta: “¿Qué cosas me preocupan o me gustaría cambiar de mi cuerpo?”. Esto invitaría a los chicos a ver su cuerpo como algo que pueden moldear según sus deseos. A esa edad, cuando están formando su identidad, esto puede generar confusión.
Este programa promociona la ideología de la identidad de género, que normaliza la idea de que el cuerpo es maleable y que, según la voluntad personal, es positivo modificarlo a través de hormonas o cirugías, tal como garantiza la ley trans. Se presenta como una forma de “respetar la diversidad sexual” y “problematizar el sentido común patriarcal” que, según dicen, oprime a mujeres, disidencias sexuales, minorías raciales, indígenas, personas con discapacidad, entre otros. Esto crea una nueva jerarquía social donde el respeto a las autopercepciones está por encima de todo, incluso llevando a cambios como baños “inclusivos” en lugar de los segregados por sexo. ¿Cuál es el mensaje oficial hacia la sociedad? Que en los lugares que eran exclusivos, se debe respetar a un hombre autopercibido como mujer, ignorando el instinto innato de protección de las niñas y mujeres. Estas normativas, que priorizan a la autopercepción, pone en riesgo la seguridad de mujeres y niñas al desdibujar sus espacios seguros y deslegitimar sus derechos basados en su sexo.
La ideología de género transforma los patrones culturales a partir de un lenguaje tramposo. Con eufemismos como “transición social”, “no binario”, con palabras con doble sentido como inclusión (que suena a aceptación pero limita la libertad de expresión) o diversidad (que aparenta tolerancia a una variedad de formas de ser pero solo se trata de tener en la práctica uniformidad de opiniones alineadas con las autopercepciones); y el lenguaje inclusivo, que a propósito confunde la expresión de la diferencias biológicas de las personas con su género gramatical, para borrarlas.
Las escuelas, muchos docentes y autoridades y hasta algunos estudiantes son dirigidos a actuar como activistas de esta agenda, ya sea por mandato oficial o por convicción en muchos casos. ¿Por qué este giro? Porque responde a una agenda global que hace de la institución del género un negocio rentable, financiado en Argentina básicamente por el Estado, en cooperación con los organismos internacionales de la ONU y otras fundaciones filantrópicas, y grupos de interés nacionales. En su diseño actual, las instituciones educativas parecen priorizar transformar la sociedad, redefiniendo cómo entendemos las relaciones humanas, la familia y el rol del Estado.
También se crea el concepto engañoso de “adultocentrismo” para cuestionar la autoridad de los padres, diciendo que priorizar la visión de los adultos es opresivo para los chicos. Según el Código Civil y las directrices educativas, esto pone al niño y su autopercepción como un derecho superior, por encima de la patria potestad de la familia. Así, la escuela, la legislación y el Estado se alinean con el menor, rompiendo la relación tradicional entre familia, niño y escuela. Este cambio da poder a la escuela para imponer la ideología de género sin el consentimiento de los padres, presentándose como un avance en los derechos de los menores.
El problema es que, bajo su matriz ideológica actual, se ha convertido en una imposición más que en educación, ya que no deja lugar al debate debido a su carácter autoritario. Aclaremos, la educación sexual debería volver a lo básico: una educación acorde a la edad de los chicos sobre biología, respeto, igualdad entre varones y mujeres, prevención de abusos, enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. La escuela tiene que ser un lugar para aprender, no para inocular una nociva visión particular del mundo.
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