Bienestar, autonomía y participación después de los 60
La edad no es un límite: el modelo Navarro Viola para envejecer con dignidad

Periodista

La fundación impulsa vínculos, movimiento y voz propia entre personas mayores. Una apuesta a la inclusión activa.
En un mundo donde envejecer suele asociarse con retiro, dependencia o pérdida, la Fundación Navarro Viola propone otro modelo: uno donde las personas mayores no desaparecen de la vida pública, sino que la enriquecen. Desde talleres de arte hasta plataformas digitales, la institución con sede en Buenos Aires impulsa propuestas que tienen algo en común: poner en el centro la voz, la autonomía y el bienestar de quienes ya cruzaron los 60.
“Uno de nuestros programas más gratificantes es el de voluntariado”, cuenta Magdalena Saieg, directora ejecutiva de la Fundación. “No solo visibiliza las ganas de contribuir que tienen las personas mayores, sino que genera un impacto enorme en su bienestar. Se sienten útiles, necesarias, protagonistas”. Cada convocatoria se llena más rápido que la anterior. Y, lo más interesante, es que las organizaciones destinatarias de esa ayuda cada vez se sorprenden menos al ver que los voluntarios son mayores. “Eso también es un cambio cultural”, dice Saieg. “La edad ya no asombra: inspira”.

Lo mismo ocurre con las propuestas de narrativas en primera persona. Desde iniciativas como Arte y Vejez o Voces Mayores, la Fundación invita a las personas mayores a contar sus propias historias. “Los estereotipos están más arraigados de lo que creemos. Y muchas veces, los primeros en creérselos son ellos mismos. Por eso darles voz tiene tanto valor: porque al hablar, escribirse, narrarse, derriban prejuicios... incluso los propios”.
Para Magdalena, acompañar no es imponer. Es generar canales. “No trabajamos con personas pasivas: trabajamos con protagonistas. El verdadero desafío no es empoderarlos, sino crear entornos donde puedan expresarse, decidir, vincularse. Ese es nuestro rol como fundación: ser puente”.
Uno de esos entornos es el movimiento. La Fundación impulsa programas físicos como “Movimiento vital y expresivo”, nacidos tras relevar junto a la UCA que una porción preocupante de mayores no realiza ni el mínimo de actividad física recomendada. “El impacto de moverse va mucho más allá del cuerpo. Mejora el ánimo, la autopercepción, la conexión con otros. Y lo vemos: mujeres bailando, riendo, entrando en calor incluso en días fríos, cada una a su ritmo, pero con una conciencia enorme de su cuerpo y su potencia”.

¿Y la tecnología? “Fue de las pocas cosas buenas que nos dejó la pandemia: nos obligó a usarla”, dice Saieg. En plena cuarentena, muchas personas mayores aprendieron a manejar Zoom, redes sociales o celulares con herramientas básicas. “Todavía hay miedo, sí: miedo a romper algo, a que los hackeen. Pero con tiempo y paciencia, lo logran. Y lo más importante es no hacer por ellos, sino acompañarlos en ese aprendizaje”.
Mirando hacia adelante, la fundación se propone profundizar su misión: generar entornos de bienestar e inclusión para todas las personas mayores. Eso implica fortalecer vínculos intergeneracionales, dar visibilidad al impacto de sus programas, y modelar intervenciones que sirvan también para la política pública, las empresas o las familias.
Porque como recuerda Magdalena, el bienestar no es un lujo: es un derecho. Y envejecer no debería ser una retirada, sino otra forma de estar en el mundo. Una forma tan legítima, rica y necesaria como cualquier otra etapa de la vida.