De símbolo de poder a espacio vacío
La Argentina desde el balcón: historia de un símbolo que CFK ya no puede usar

Historiadora y Periodista

De las arengas patrias a los discursos populistas, el balcón marcó momentos clave de la historia argentina.
Durante más de dos siglos, el balcón fue algo más que un recurso arquitectónico: fue escenario, símbolo y testigo privilegiado de los momentos más intensos de la política argentina. Desde los inicios de la patria, los líderes entendieron el poder de la altura y del gesto de hablarle al pueblo desde un punto de vista elevado. Pero hoy, Cristina Fernández de Kirchner, quien supo utilizar como pocos ese dispositivo simbólico, no puede siquiera asomarse al suyo.
La tradición comenzó mucho antes de que existiera el icónico balcón de Balcarce 50. Cornelio Saavedra y la Primera Junta saludaron desde el Cabildo aquel lluvioso 25 de mayo de 1810. En 1828, Lavalle arengó a sus seguidores desde un balcón en San Telmo para justificar el fusilamiento de Dorrego. Mitre, en 1865, utilizó el de su casa como plataforma de guerra: "En tres días en los cuarteles. En tres semanas en el campo de batalla. En tres meses en Asunción", prometió. Y Sarmiento, precursor en muchas cosas, construyó un palco de madera frente a la Casa Rosada porque no tenía desde dónde saludar a las tropas que regresaban de la Guerra del Paraguay. Luego, él mismo inauguró el monumento a Belgrano en Plaza de Mayo desde un pequeño estrado donde dijo: “La bandera argentina, Dios sea loado, no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la Tierra”.
El balcón de la Casa Rosada tal como lo conocemos hoy no siempre estuvo allí. Fue una construcción posterior, nacida de la necesidad y de una nueva concepción de la relación entre el poder y el pueblo. Su punto de inflexión fue el 17 de octubre de 1945, cuando Juan Domingo Perón se dirigió a una multitud enfervorizada, en lo que se considera el nacimiento del peronismo como fuerza de masas. Desde entonces, el balcón se volvió escenario inevitable para cada presidente que buscaba sellar una alianza simbólica con las masas.
Dictadores como Videla y Galtieri también lo usaron, intentando revestir sus mensajes autoritarios con la liturgia popular. Pero fue recién con el regreso de la democracia que el balcón volvió a ser un instrumento de representación y legitimación. Raúl Alfonsín optó al principio por no utilizarlo, y habló desde el Cabildo, marcando distancia con el pasado reciente. Luego sí lo ocupó, en momentos clave: para denunciar intentos de desestabilización, para enfrentar carapintadas o para celebrar hitos democráticos.
Carlos Menem lo transformó en un espacio casi personal. Saludó a la militancia, defendió privatizaciones y celebró su reelección desde allí. Néstor Kirchner prefirió no hablar desde el balcón, aunque sí lo saludó. Cristina Fernández de Kirchner, en cambio, adoptó el recurso escénico de los escenarios montados frente a la Casa Rosada, replicando el espíritu del balcón.
Hoy, sin embargo, Cristina aunque tiene balcón no puede usarlo. La expresidente cumple arresto domiciliario y tiene prohibido asomarse sin autorización judicial.
La historia argentina, como pocas, ha dramatizado en sus balcones. En esos metros cuadrados, se han proclamado guerras, se han defendido ideales, se han sellado traiciones y se ha hecho historia. Hoy, el vacío en el balcón no es solo físico: es el signo de un cambio de época. Cristina, que alguna vez agitó las banderas de la épica, no puede salir ni a saludar. El balcón, ese altar cívico donde los líderes se exponían ante su pueblo, le está vedado debido a su accionar antipatriótico y delictivo.
Así, el silencio del balcón es también el silencio de un ciclo que se cierra. Uno que comenzó en 2003, con la asunción de Néstor Kirchner, y que tuvo en Cristina a su máxima exponente. Hoy, esa figura que supo comandar el relato desde la cúspide del poder, ya no puede ni mirar por la ventana. El balcón permanece, pero la escena ha cambiado para siempre.