Una escalada que llevaba años en marcha
Israel, Irán y la cuenta regresiva nuclear

Periodista. Director del Observatorio de Asuntos Internacionales de la Universidad Finis Terrae (Chile). Autor de "Un mundo en guerra".

Israel atacó más de 100 blancos en Irán. ¿Prevención o provocación ante una amenaza que se volvió existencial?
La guerra abierta entre Israel e Irán que hoy estremece a Medio Oriente y al mundo no es un episodio aislado ni el resultado de un súbito estallido de violencia. Es la expresión más cruda de un conflicto que lleva décadas gestándose en las sombras: el que enfrenta a un Estado que se percibe rodeado y amenazado por sus vecinos (Israel) con otro que ha hecho de la confrontación un pilar de su retórica y de su política exterior (Irán).
La decisión de Israel de lanzar ataques masivos sobre territorio iraní debe entenderse dentro de esta dinámica y de un cálculo estratégico que busca alterar el curso de los acontecimientos antes de que sea demasiado tarde.
Israel ha considerado durante años que permitir a Irán alcanzar capacidades nucleares equivaldría a colocar una espada sobre su propia garganta. No se trata solo de temores abstractos: las declaraciones de los líderes iraníes, desde el ayatolá Rujolá Jomeini hasta el actual líder supremo, Alí Jamenei, han sido consistentes en su hostilidad. Pero más allá de la retórica, lo que más inquieta al gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu son los avances técnicos de Irán: el enriquecimiento de uranio a niveles cada vez más cercanos al grado armamentístico, el desarrollo de misiles de largo alcance y las señales inequívocas de que Teherán se prepararía para abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Israel vio en este conjunto de factores no solo una amenaza, sino un punto de inflexión que exigía acción inmediata.
Según reportes de inteligencia occidentales y del propio Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) -dependiente de Naciones Unidas-, Irán ha logrado enriquecer uranio a concentraciones cercanas al 60%, lo que está en el umbral para fabricar un arma nuclear. Este nivel está muy por encima del 3,67% fijado por el acuerdo nuclear de 2015 (Plan de Acción Integral Conjunto, o JCPOA), y del 20% al que durante años Irán había limitado su enriquecimiento con fines declarados como la investigación médica.
El salto al 60%, para luego acercarse al 90 % -lo que se necesita para un arma nuclear-, no solo reduce drásticamente el “breakout time” (el tiempo necesario para producir material fisible apto para una bomba) sino que plantea a Israel un dilema existencial: esperar y arriesgarse a que Teherán cruce el umbral nuclear, o actuar preventivamente. Este grado de avance, combinado con el uso de centrífugas más eficientes y rápidas, es lo que llevó a Israel a concluir que la disuasión pasiva ya no era suficiente.
De allí que, en una acción coordinada con sus servicios de inteligencia y su poder aéreo, Israel optara por atacar más de un centenar de blancos estratégicos en el corazón de Irán, incluyendo, según se informa, sitios vinculados directamente al desarrollo de armas nucleares. ¿El objetivo? Frenar, o al menos ralentizar, un progreso que considera irreversible si no se actúa ahora.
¿Qué está en juego en este conflicto? Para Israel, es nada menos que su supervivencia en una región cada vez más volátil, donde la disuasión y la ventaja tecnológica han sido históricamente sus principales garantías de seguridad. Para Irán, lo que está en juego es su soberanía tecnológica, su capacidad de proyección regional y su prestigio en un momento en que el régimen enfrenta también presiones internas. La ofensiva israelí no solo busca destruir capacidades materiales, sino también quebrar el prestigio y las aspiraciones estratégicas del régimen iraní.
Las consecuencias de esta confrontación son tan graves como impredecibles. El intercambio de misiles y drones ya ha dejado centenares de muertos y heridos, y la amenaza de un conflicto de mayor escala sobrevuela la región. Los mercados internacionales temen que el estrecho de Ormuz -arteria por donde circula casi un tercio del petróleo mundial- se convierta en un escenario directo de guerra, con efectos devastadores sobre la economía global.
Sin embargo, más inquietante aún es la posibilidad de que Irán, acorralado, opte por acelerar y no frenar su carrera nuclear o de que recurra a estrategias asimétricas que amplíen el conflicto más allá de la región.
Israel ha decidido actuar antes de que la amenaza que percibe se materialice. El costo de esa decisión -y su eficacia- están aún por verse. Lo que ya está claro es que el mundo ha ingresado en una fase crítica, en la que los márgenes de maniobra diplomática se estrechan y el riesgo de un desbordamiento regional o incluso global crece cada día.