Rendimiento, deseo y ansiedad
Intimidad masculina bajo presión: cuando el cuerpo se adelanta

Coach sexual.

La disfunción eyaculatoria es más que una cuestión de tiempo: por qué el rendimiento sexual no se explica sin emociones ni contexto.
Rendimiento, vergüenza y deseo: una conversación necesaria
La disfunción eyaculatoria, conocida comúnmente como eyaculación precoz, es una de las dificultades sexuales más frecuentes en varones.
También una de las más estigmatizadas, mal interpretadas y apresuradamente tratadas. Durante décadas fue abordada desde una lógica puramente fisiológica, como si se tratara únicamente de un problema de control muscular o duración insuficiente. Sin embargo, detrás de esa urgencia del cuerpo suele haber factores más profundos: ansiedad anticipatoria, presión de rendimiento, falta de educación sexual, vínculos exigentes, vergüenza, inseguridad, e incluso historias emocionales no resueltas.
Muchas veces, los hombres llegan a consulta con una definición más mediática que clínica del problema: “termino rápido”, “no puedo controlar”, “me pasa siempre con pareja nueva”, “ya probé medicación y nada cambia”. Lo que no siempre se dice —ni se pregunta— es qué estaba pasando en su mente, en su historia, en su vínculo y en su cuerpo antes de esa eyaculación.
Por eso, más que hablar de disfunción, vale la pena abrir una conversación más amplia, que no solo incluya al cuerpo sino también a la psiquis. En esta entrevista, el psiquiatra Santiago Sarraybarouse aporta una mirada clínica y humana para repensar esta problemática desde una perspectiva integral.
1. ¿Por qué seguimos llamándola así?
¿Considerás que el término “eyaculación precoz” es correcto desde la medicina o sería mejor hablar de disfunción eyaculatoria? ¿Qué opinás sobre la forma en que se nombra este cuadro en los manuales diagnósticos y en la práctica clínica?
El término “eyaculación precoz” tiene una carga histórica y cultural que no siempre ayuda. Desde lo médico, es impreciso porque pone el foco en la rapidez como si fuera el único problema, ignorando la complejidad emocional y relacional detrás. En los manuales diagnósticos, como el DSM-5, se define por criterios temporales (eyaculación en menos de un minuto en la mayoría de los encuentros sexuales) y la angustia asociada, pero esto reduce un fenómeno multifactorial a un cronómetro. Prefiero hablar de “disfunción eyaculatoria” porque es más amplio y no estigmatiza, abarcando tanto la eyaculación precoz como la retardada o ausente, y porque invita a explorar causas biológicas, psicológicas y relacionales sin juzgar.
En la práctica clínica, el nombre que usamos importa menos que cómo lo abordamos. Los pacientes no llegan diciendo “tengo eyaculación precoz”; llegan con frases como “no puedo aguantar” o “me siento un fracaso”. Ahí, el desafío es traducir esa etiqueta médica en una conversación humana, donde el término no sea una condena sino una puerta para entender qué está pasando en su vida.
2. ¿Trastorno o síntoma de algo más?

¿Qué rol tiene la ansiedad en estos casos? ¿Cómo diferenciás, como profesional, una disfunción puramente biológica de una expresión de ansiedad o de un trastorno más profundo?
La ansiedad es casi siempre un actor central en la eyaculación precoz, pero no siempre el protagonista. Puede ser un disparador (como la presión de “rendir” en un encuentro), un amplificador (cuando el miedo a “fallar” acelera el ciclo) o un síntoma de algo más profundo, como un trastorno de ansiedad generalizada o una historia de inseguridades no resueltas. En mi consultorio, veo que la mayoría de los casos no son puramente biológicos; incluso cuando hay factores físicos (como hipersensibilidad o alteraciones neurológicas), la ansiedad anticipatoria suele agravarlos.
Para diferenciar, empiezo por escuchar la historia del paciente: ¿Cuándo empezó? ¿Pasa siempre o solo en ciertos contextos? ¿Qué piensa antes, durante y después? Si el problema es constante, incluso en la masturbación, y no hay cambios con la pareja o el estrés, puede haber una causa biológica, como alteraciones en los receptores de serotonina, y ahí evalúo pruebas específicas o medicación. Pero si el relato incluye vergüenza, miedo al rechazo o patrones relacionales (como vínculos exigentes o experiencias traumáticas), suele ser una expresión de ansiedad o un síntoma de algo más, como baja autoestima o un trastorno de personalidad. La clave está en no asumir nada y explorar el cuerpo y la mente como un todo.
3. Mandatos y presión de rendimiento
¿Cómo influye la presión cultural sobre el rendimiento sexual masculino en este tipo de cuadros? ¿Hay un patrón que se repite entre los pacientes que consultan por eyaculación precoz?
La cultura nos vende un modelo de masculinidad donde el hombre debe ser una máquina de rendimiento: durar mucho, satisfacer siempre, no dudar nunca. Esto crea una presión brutal que se mete en la cama y en la cabeza. En Argentina, donde el machismo todavía pesa, muchos pacientes llegan con la idea de que “ser hombre” es controlar el cuerpo a voluntad, y si no lo logran, se sienten menos. Las redes, el porno y hasta las charlas entre amigos refuerzan esa narrativa de “más es mejor”, dejando poco espacio para la vulnerabilidad o el placer compartido.
El patrón que veo en consulta es un hombre que carga con vergüenza y autocrítica. Muchos dicen cosas como “no quiero decepcionar a mi pareja” o “siento que no estoy a la altura”. Suelen ser personas perfeccionistas o con alta autoexigencia, que trasladan esa presión laboral o social al sexo. También aparece mucho en hombres que están empezando una relación nueva, donde el miedo a ser juzgados es más intenso. Lo triste es que esa presión no solo acelera la eyaculación, sino que les roba el disfrute y los aleja de la conexión emocional con su pareja.
4. Cuando el cuerpo no espera
¿Qué tipo de abordaje proponés cuando se trata de un cuadro leve o intermitente? ¿Considerás que la medicación es necesaria desde el inicio o preferís otros recursos primero?
Para casos leves o intermitentes, mi abordaje es integral y prioriza recursos no farmacológicos, porque la medicación sola no resuelve la raíz. Lo primero es psicoeducación: explicar que la eyaculación precoz no es un “defecto” sino una respuesta del cuerpo influida por muchos factores. Enseño técnicas de relajación, como respiración diafragmática, para bajar la ansiedad anticipatoria. También trabajo en desarmar mitos, como la idea de que “durar más” es sinónimo de buen sexo.
En consulta, exploramos el contexto: ¿Pasa con una pareja específica? ¿Hay estrés laboral o personal? Muchas veces, ejercicios conductuales como el “stop-start” (pausar la estimulación para aprender a regular la excitación).
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