Recaldismos
Evita


El final de Eva Duarte y la comunicación peronista en la mirada de Diego Recalde.
—En la habitación estaban conmigo su madre, sus hermanas, su confesor el Padre Benítez, y los doctores que la asistían: Finocchieto, Tuccini y Taiana… Evita murió al alba —le confiesa el General a un periodista de la revista italiana “Tempo”.
Y la confesión lo deja desnudo, porque Evita murió de cáncer un 26 de julio, pero de acuerdo con la información oficial falleció a la noche.
Y entonces, ¿qué fue lo que pasó?
Pasó que Raúl Apold, el director de la Subsecretaría de Prensa y Difusión, entendía de medios bastante más que el General y que Joseph Goebbels. Y entonces decidió esperar para dar a conocer oficialmente la noticia.
Apold sabía que, a la nochecita, cuando todos volvieran de trabajar, antes de cenar, estarían pegados a la radio. Esa sería la mejor hora para dar a conocer la noticia. El pico de encendido, el mayor rating. Además, sabía Raúl Alejandro Apold, que ni bien se enteraran, sus grasitas irían a la plaza. A esa hora todavía había transporte.
Si las cosas salían como las imaginaban, sería espectacularmente lúgubre, como el peronismo.
Así preparó todo para que el locutor oficial diera el anuncio antes de las nueve de la noche.
“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la república que a las 20:25 horas, ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, en horas de la mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente”.
La realidad le dio a don Raúl Apold la razón, porque luego de que la noticia se anunciara, cientos de velas y antorchas encendidas se multiplicaron por miles, tomando forma de sol. De un sol potente, que enceguecía y que hizo desaparecer la noche, y también la verdad.
En paralelo se veló a la muerta en ataúdes vacíos. Porque cientos de ataúdes vacíos se colocaron en intendencias y legislaturas de todas las provincias de la Argentina, diciendo a los habitantes de cada ciudad y cada pueblo, que en ese “jonca” estaba Eva.
Para que el engaño tuviera más fuerza delante del ataúd había una foto de Evita.
Las familias estaban obligadas a llevarle a la occisa una flor.
Y también la familia argentina estuvo obligada a usar, por una cantidad delirante de días, un crespón negro.
Eso incluía a los chicos.
Que además, los que acudían a las escuelas públicas y parroquiales, todas las mañanas debían rezar por el alma de Evita.
Se salvaron, como siempre, los que iban a colegios privados de elite. Una vez más el privado te salva.
Los que peor la pasaron fueron los delatados por los jefes de manzana. No haber ido a llevarle una flor a la occisa o no usar el crespón fue considerado un delito. Muchos de ellos terminaron presos cuando no torturados por ese Estado que permanentemente los perseguía.
Mi abuelo Eduardo, por no llevar el crespón, terminó en los temibles sótanos de la Penitenciaría. Fue la segunda vez que el peronismo lo metió en cana sólo por ejercer su derecho garantizado por la Constitución Nacional: el derecho a ser libre.
Mi tío abuelo Juan estuvo un año preso sólo por no ser peronista. Algo que ya venía pasando desde 1946. Los que no comulgaban con el Régimen terminaban asesinados y/o desaparecidos por el Estado.
Miles de personas cuyos nombres figuraron en la Liga de los Derechos del Hombre (la CONADEP de aquellos años) dan cuenta del horror que se vivió en los años en que gobernó Perón y Evita, la patria nacional socialista. O socialista nacional, como la llamaba Perón.
Y ni hablemos del exterminio pilagá ocurrido en octubre de 1947. Donde, según el expediente y la sentencia judicial, se habla de entre 7.000 y 8.000 asesinados y/o desaparecidos por el Régimen. Toda una comunidad entera. Por eso fue considerado un genocidio. El único genocidio jurídicamente hablando de la historia Argentina.
Lo curioso es que los seguidores de la siniestra líder hoy se siguen horrorizando cuando en algunas casas se juntaron para festejar en secreto la muerte de la tirana. Que, trabajando codo a codo con su tirano, mandaba a secuestrar, encarcelar, asesinar y desaparecer a quienes no estaban en composé con el Régimen. Régimen que además saqueó al Estado como nunca había pasado en la historia argentina, para al final terminar peleándose entre ellos y resolver su interna a los tiros y a los bombazos. Pasó en 1955 y volvió a pasar en los años setenta.
Los peronistas son así. Se horrorizan con aquellos que escribieron en la pared “viva el cáncer” para festejar la muerte de una criminal de lesa humanidad, pero siguen sin impresionarse con las muertes ejecutadas por esa criminal de lesa humanidad.
Los peronistas son así. Se horrorizan con los que llamaban chorra a la tirana blonda, pero siguen sin impresionarse con el saqueo estatal perpetrado por esa ladrona de lesa humanidad.
Una vez más les preocupan las palabras y no los hechos.
Porque la ficción siempre fue lo de ellos.
Ese es el mundo en el que viven.
Por eso ficcionaron la muerte de la líder, para vivir en el relato para siempre.
Para vivir del relato para siempre.