Un nuevo mapa demográfico pone en jaque las políticas previsionales
Europa envejece: ¿cómo adaptarse sin colapsar?

Periodista

España y Europa enfrentan un cambio de era: más longevidad, menos nacimientos y presión fiscal en aumento.
En Europa, más de una quinta parte de la población tiene hoy 65 años o más, y la edad media ya alcanzó los 44,7 años. El dato, que surge del último relevamiento de Eurostat, refleja una tendencia que se profundiza año tras año: la pirámide poblacional se invierte, el peso demográfico se desplaza, y el envejecimiento deja de ser un fenómeno futuro para convertirse en una realidad urgente.
España, en particular, representa un caso paradigmático. Con una de las esperanzas de vida más altas del continente, enfrenta también una de las mayores presiones sobre su sistema previsional. Un informe reciente publicado en The Conversation advierte que las reformas actuales, como el aumento gradual de la edad de jubilación a 67 años, son apenas una tirita para una herida profunda: se espera que el gasto en pensiones crezca 3,3 puntos del PBI en 2050 y hasta 5 puntos en 2070. La reindexación de las jubilaciones a la inflación ha desconectado aún más ingresos y egresos del sistema, y aunque cuenta con respaldo sindical y europeo, tanto el FMI como la OCDE alertan sobre desequilibrios persistentes que exigirán nuevas medidas.
Pero España no está sola. Italia y Portugal también enfrentan tasas altísimas de envejecimiento: en algunas regiones rurales, la mayoría de la población ya supera los 65 años. Finlandia proyecta que para 2060, casi un tercio de sus habitantes estará en esa franja etaria. Los Países Bajos ya hablan abiertamente del fenómeno de la vergrijzing (envejecimiento poblacional acelerado), y en Polonia surgen movimientos cívicos que celebran la vejez activa, como las marchas urbanas organizadas en Wrocław para visibilizar el derecho de las personas mayores a habitar el espacio público.

Detrás de estos datos demográficos hay un dato estructural clave: el ratio de dependencia de personas mayores, es decir, cuántos jubilados hay por cada 100 personas en edad activa, ya alcanzó el 33,9 % en la Unión Europea. Esto quiere decir que, por cada tres trabajadores, hay una persona mayor sostenida por el sistema. Y la proporción seguirá creciendo. Sin una política migratoria robusta y ordenada, el continente perderá alrededor de un millón de trabajadores al año. La propia Comisión Europea insiste en que la inmigración legal no solo es necesaria: es estratégica para evitar el colapso fiscal.
En paralelo, los informes de proyección muestran que, de aquí a 2070, Europa tendrá entre 129 y 130 millones de personas mayores, lo que representará cerca del 29 % de la población total. Sin políticas compensatorias, esa proporción podría llegar al 36 % y provocar una caída del 33 % en el total poblacional hacia 2100. El gasto en salud, dependencia y cuidados de largo plazo ya se perfila como una de las áreas de mayor presión: pasará del 1,2 % del PBI en 2014 a más del 1,6 % en 2070, y requerirá un rediseño completo de los sistemas de bienestar.
Frente a este panorama, ¿qué aprendizajes emergen? El primero es que no alcanza con retrasar la edad de retiro: hay que repensar integralmente cómo envejecer. Finlandia promueve la participación laboral después de los 65 con esquemas flexibles y tareas compatibles con el bienestar. Polonia apuesta a la visibilidad y la participación ciudadana. En muchos países se comienza a priorizar la prevención en salud y el rediseño urbano que permita a las personas mayores permanecer en sus comunidades sin quedar aisladas.
Para España —y para Europa en general— el gran desafío es redefinir la longevidad no como una carga, sino como una oportunidad. Una población que envejece también puede ser una población activa, creativa y socialmente útil, si se crean las condiciones para ello. Integrar salud, empleo, tecnología, vivienda y cuidado en una visión coherente no es solo una política inteligente: es una necesidad ética.
Envejecer es un proceso colectivo, no solo individual. Las decisiones que se tomen hoy sobre sistemas previsionales, migración, salud o urbanismo determinarán cómo será la vida de millones en las próximas décadas. Europa, y especialmente España, están en un punto de inflexión. Y como sucede con los grandes desafíos históricos, la pregunta no es si envejeceremos —eso es un hecho—, sino cómo lo haremos. Y para quiénes estaremos dispuestos a construir un futuro más justo, más cuidado y más humano.