Una historia de fracturas argentinas
Este país me tiene podrido

Periodista. Publicista.

De Unitarios y Federales a Cristina o el Peluca: la grieta es la marca indeleble de nuestra historia.
La Argentina se encuentra sumida en un hartazgo profundo ante la persistencia de la grieta, esa maldita división social y política que polariza a la sociedad desde siempre.
Si recorremos un poco nuestra historia, sin demasiadas pretensiones y casi a vuelo de pájaro, la idea de la grieta como polarización profunda y persistente no es un fenómeno nuevo en la Argentina. Si bien el término se popularizó en las últimas décadas para describir la división entre kirchnerismo y antikirchnerismo, las raíces de una sociedad fragmentada por conflictos ideológicos, sociales y políticos se extienden a lo largo de siglos.
La primera puede plantearse entre Unitarios y Federales. Considerada por muchos historiadores como la "grieta fundacional" de la Argentina, fue la consecuencia de las mezquindades surgidas tras la independencia, cuando el país se sumergió en décadas de guerras civiles. Los Unitarios proponían un gobierno centralizado en Buenos Aires, con una mirada más europeizante y liberal, mientras que los Federales abogaban por autonomías provinciales, respetando las particularidades regionales y un modelo más proteccionista.
Esta confrontación, que incluyó figuras como Juan Manuel de Rosas (Federal) y Bartolomé Mitre (Unitario), fue extremadamente violenta y dejó un legado de desconfianza y regionalismos que perduró mucho tiempo después de la conformación del Estado.
Muy rápidamente, la grieta que le sigue involucra a Liberales y Conservadores. Una vez consolidado el Estado Nacional, la disputa se trasladó al modelo de país. Los Liberales (la famosa Generación del 80) impulsaron un modelo agroexportador, la inmigración masiva y la inserción de la Argentina en el mercado mundial bajo principios liberales. Eran las élites terratenientes y comerciales. Por su parte, los Conservadores, si bien compartían en gran medida el modelo económico, eran más reacios a la apertura política y social. La tensión se dio en torno a la cuestión de la participación política y la representación de las nuevas clases sociales. La Ley Sáenz Peña, la del voto secreto, universal y obligatorio para varones, fue un intento de superar esta fractura. No se pudo.
Después surgió otra gran división en la Argentina. La de los radicales Personalistas, los de Yrigoyen, y Antipersonalistas, o seguidores de Alvear. Para explicarla muy rápidamente, podemos decir que con la llegada de la democracia electoral de la mano del radicalismo, surgió una nueva división interna dentro de la Unión Cívica Radical. Los seguidores de Hipólito Yrigoyen representaban el ala más popular y nacionalista del radicalismo, con un fuerte arraigo en las clases medias y urbanas. Eran acusados de "personalistas" y caudillistas por sus detractores.
Por otro lado, los Alvearistas representaban un sector más conservador del radicalismo, críticos del liderazgo de Yrigoyen y más proclives a alianzas con sectores conservadores. Esta división debilitó al radicalismo y fue un factor importante en la caída de Yrigoyen en 1930, lo que constituyó el primer Golpe de Estado en el país y el nacimiento de la Década Infame.
Por último, en esta mirada rasante a vuelo de pájaro, y seguramente incompleta, llegamos a la grieta más conocida por todos: la que plantea el Peronismo y el Antiperonismo. Se inició a fines de 1945 y, con matices, llega hasta la actualidad. Es, sin duda, la grieta más profunda, duradera y determinante de la historia argentina contemporánea.
Surgido a partir de la figura de Juan Domingo Perón, el Peronismo representó un movimiento policlasista con fuerte apoyo de la clase trabajadora, los sindicatos y algunos sectores nacionalistas. Propuso un modelo de industrialización por sustitución de importaciones, justicia social y soberanía política.
El Antiperonismo agrupó a sectores más bien de derecha que pertenecían a la clase alta, las clases medias tradicionales, la intelectualidad liberal, gran parte de las Fuerzas Armadas y algunos sectores de la Iglesia. Todos ellos veían en el peronismo un movimiento autoritario, demagógico, fascista y corporativista.
Esta confrontación ha marcado a fuego la política argentina desde 1945, con golpes de Estado, proscripciones, violencia política y una dificultad casi insalvable para que ambos campos logren convivir pacíficamente en un proyecto común de nación. Incluso hoy, la dicotomía peronismo/antiperonismo sigue siendo una clave para entender muchas de las tensiones que vemos por la tele.
A la tragedia Argentina que nos regaló varias grietas en los últimos 200 años se le debe adosar la inmensa degradación en los niveles de educación de los argentinos. Tal vez como consecuencia de esa degradación educativa y cultural, el inicio del siglo XXI nos ha puesto ante la grieta más barata, burda e inútil de todas: la de Kirchnerismo y Antikirchnerismo.
Si bien es una manifestación que nace de la grieta peronismo/antiperonismo, y que hasta puede ser similar a la del Menemismo y antimenemismo, aunque al revés, se le da una entidad propia por la intensidad y las nuevas características que adquirió, especialmente a partir de la famosa Resolución 125 de 2008.
Continuadores de la tradición peronista, aunque en realidad nada tiene que ver con lo que algunos llaman “Peronismo de Perón”, el Kirchnerismo se robó al Justicialismo y nació con un especial énfasis en los derechos humanos, la inclusión social, la intervención estatal en la economía y una retórica confrontativa con los poderes concentrados, especialmente los medios de comunicación y el sector agropecuario. Por otro lado, el Antikirchnerismo aglutina a sectores de la oposición política, medios de comunicación, sectores del campo y clases medias urbanas, críticos de lo que perciben como una idea autoritaria, por demás corrupta y con acciones bien cercanas al populismo.
Esta última grieta es la que ha moldeado el escenario político reciente, con un fuerte componente mediático y de redes sociales, llevando a los niveles de polarización y hartazgo que se observan hoy en día, incluso con la irrupción de nuevas fuerzas como las autodenominadas Fuerzas del Cielo que nada hacen por limar las asperezas que nos dividen.
Estamos enfermos. La grieta no es un fenómeno aislado de la Argentina contemporánea, sino una característica recurrente en su devenir histórico. Refleja la dificultad del país para construir consensos duraderos y proyectos de nación inclusivos, donde las diferencias puedan resolverse a través del diálogo y el respeto, en lugar de la confrontación y la descalificación.
La polarización ha calado muy profundamente, afectando no solo la política sino también las relaciones personales, laborales y hasta familiares. Lo que en un principio pudo haber sido una discusión de ideas, se transformó en una confrontación de identidades, donde el diálogo se vuelve casi imposible y la descalificación al otro es la norma.
Quienes cometemos la infamia de despreciar ambos lados de la grieta, quienes apostamos al sentido común del consenso, los que pretendemos un país con algunas coincidencias básicas que no sean borroneadas por la pasión ideológica y visceral, estamos en serios problemas. Este país, lo demuestras su historia, es una mezcla de voluntades y de ideas que, si no son las nuestras, son inservibles. Si las propuestas no surgen de nuestro lado, son ideas a vencer. Ideas contra las que debemos luchar hasta la muerte. Este país, lo demuestra su historia, no será jamás hijo del encuentro. En todo caso, el diálogo necesario para construirlo y para proyectarlo hacia el futuro será en un solo idioma. Y será un diálogo de sordos.
Esa falta de diálogo, esa grieta interminable va a generar parálisis legislativa, ya que la falta de consenso dificultará la aprobación de leyes importantes y necesarias para el progreso del país. También sufriremos de desconfianza institucional. Es fácil deducir que la polarización alimenta la desconfianza en las instituciones, en la justicia y en los medios de comunicación.
Consecuencia de esto, viviremos nuevamente la frustración social, donde la ciudadanía observa cómo los problemas urgentes se postergan mientras los debates se centran en discusiones estériles y acusaciones mutuas. Y es fácil también deducir que lo único que va a crecer es la emigración. Un número creciente de argentinos, especialmente jóvenes, decidirá día a día buscar un futuro fuera del país, en parte, agotados por la falta de perspectivas y el clima de confrontación.
La pregunta que resuena con más fuerza es si es posible revertir esta situación. Muchos creen que la clave reside en la construcción de consensos, en la capacidad de los líderes políticos de trascender las diferencias y enfocarse en soluciones para los problemas reales que enfrenta la Argentina. Otros creen que es fundamental un cambio cultural, fomentando el respeto por la diversidad de opiniones y la búsqueda de puntos en común. Reconocer que la pluralidad es un valor y no una amenaza es para ellos un primer paso.
Hoy, la dicotomía Kirchnerismo y antikirchnerismo ha mutado en una nueva versión de la grieta. O estás con Cristina o estás con el Peluca. Este escenario ha llevado a que muchos argentinos se sienten obligados a tomar partido por uno de los dos bandos, aún cuando no se identifiquen plenamente con todas sus propuestas o ideologías. La "tibieza" o el intento de buscar matices es a menudo mal visto por ambos lados. La rivalidad ha escalado a niveles donde la descalificación personal y el discurso del odio se han vuelto comunes. Los argumentos racionales son frecuentemente reemplazados por ataques al oponente.
Para quienes no se sienten representados por ninguno de los dos extremos, la posibilidad de entablar un diálogo constructivo sobre los problemas del país se vuelve casi nula. Las conversaciones se convierten rápidamente en acusaciones mutuas o en la reafirmación de posturas inamovibles. Muchos argentinos, consecuencia de esto, sentimos ansiedad, frustración y desesperanza ante la incapacidad de la clase política y de la sociedad misma para encontrar un camino de convivencia y progreso.
El cansancio de quienes vemos cruzar las balas entre los que apoyan a Cristina y los que apoyan a Milei es un grito silencioso de una Argentina donde el acuerdo no parece posible y el progreso es rehén de la confrontación ideológica. Y así, el país es inviable.
Somos la Argentina imposible. Somos el resultado de siglos de desencuentro. Nos guste o no, la grieta permanecerá. Y si no estás de acuerdo, te espero en la esquina, gil.