Política y educación
Escuelas y adoctrinamiento: esa herencia peronista

Historiadora.
La educación pública fue instrumentalizada para imponer la doctrina justicialista.
El sueño de Mussolini era un país de fascistas atléticos, agresivos y disciplinados que expandieran el poder italiano por todo el mundo. Para ello, mostró un gran interés en la juventud y la educación.
Se crearon escuelas obligatorias y gratuitas, y se extendieron los años de escolarización. De esta manera se inculcaba el fascismo, siendo obligatorio para los docentes usar uniforme y jurar fidelidad al régimen. Los niños debían integrar organizaciones juveniles del gobierno, donde se repetían consignas como “creer, obedecer, compartir”. A las niñas se las formaba en tareas domésticas, canto y cuidado infantil.
Como admirador del Duce, Perón no se quedó atrás. Durante sus primeros gobiernos (1946–1955) impulsó un intenso adoctrinamiento juvenil a través de la educación, la propaganda y el Estado, con el fin de consolidar su ideología y asegurar la lealtad de las futuras generaciones.
El sistema educativo fue utilizado para exaltar la figura del líder, promover los ideales del justicialismo y moldear las mentes infantiles bajo una cosmovisión oficialista. Una de las características más notorias fue el culto a la personalidad en torno a Perón y Eva Duarte. Desde los manuales hasta los actos escolares, Perón era presentado como el “protector de los niños” y Evita como la “madre espiritual de la patria”.
Un ejemplo emblemático fue el manual La razón de mi vida, de Eva Perón, convertido en lectura obligatoria en el nivel secundario. El texto, con tono emocional y propagandístico, exaltaba a Eva y denigraba a los opositores, promoviendo una visión maniquea de la política nacional.
El gobierno creó el Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET), fundó escuelas-fábrica e impulsó una expansión educativa. Pero esta estuvo acompañada de control ideológico: se retiraron libros “contrarios” al peronismo y se promovieron textos alineados con el discurso oficial.
Los docentes debían declarar lealtad al gobierno. Quienes se manifestaban en contra eran sancionados, desplazados o directamente expulsados del sistema.
Más allá de los contenidos, existía un adoctrinamiento simbólico: los actos escolares incluían juramentos a Perón, desfiles en honor a Eva, y los edificios escolares eran rebautizados con sus nombres. Las aulas exhibían retratos de ambos, y los discursos oficiales eran retransmitidos por altoparlantes en horario escolar.
La intención no era solo formar ciudadanos, sino crear “hombres nuevos” comprometidos con la doctrina. La educación se volvió un instrumento del proyecto político y cultural del peronismo, orientado a perdurar más allá de los resultados electorales.
La Fundación Eva Perón, a través de becas y hogares, captaba a niños en situación de pobreza, enseñándoles lealtad al régimen. También se creó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), para fomentar el activismo juvenil en los colegios.
La universidad no quedó al margen del adoctrinamiento. A través de diversas leyes (como la Ley 13.031 en 1947 y la Constitución de 1949), se estableció que las universidades debían afirmar la conciencia nacional, inculcar valores patrióticos y brindar formación política obligatoria para todos los estudiantes, independientemente de su carrera.
Ya en 1974, con la llamada “ley Taiana”, se profundizó esta orientación al exigir que las universidades promovieran una conciencia nacional y popular, difundieran conocimientos “autóctonos” y se centraran en el estudio de la realidad argentina.
Estas políticas se tradujeron en medidas concretas de adoctrinamiento, como la creación de materias como La realidad nacional del Segundo Plan Quinquenal, y los “Cursos de Realidad Nacional”, que se volvieron obligatorios para ingresar a las universidades en los años 70.
Durante los primeros gobiernos peronistas, muchos profesores y estudiantes resistieron esta imposición ideológica, lo que derivó en renuncias, expulsiones, persecución política, e incluso actos de coacción como la obligación de afiliarse al Partido Justicialista o asistir a eventos proselitistas. Se impulsó una política de “democratización” que en realidad buscaba eliminar la influencia de los sectores opositores.
Entre 1973 y 1976 el peronismo controló plenamente las universidades. Las casas de estudio estaban intervenidas, con fuerte predominio estudiantil. En el cuerpo docente, en cambio, la mayoría no era peronista, aunque la estrategia gramsciana del control cultural fue ganando terreno: hoy es notorio el número de docentes universitarios partidarios.
Este adoctrinamiento impulsado por el peronismo, inspirado en modelos autoritarios como el fascismo italiano, no solo buscó modelar la conciencia de niños y jóvenes, sino también apropiarse del futuro político y cultural de la Argentina, algo que logró plenamente. Bajo la apariencia de una expansión educativa, se tejió una estructura simbólica y material orientada a consolidar el poder personalista, neutralizar a la disidencia y formar generaciones leales a una única doctrina.
Tamaña manipulación del sistema educativo dejó huellas profundas: convirtió a las aulas en espacios de veneración política, desplazó el pensamiento crítico y naturalizó la subordinación ideológica como forma de pertenencia. La exaltación de Perón y Evita, la depuración de contenidos, la persecución de docentes y la imposición de lealtades partidarias representan un capítulo oscuro de la historia educativa argentina que aún interpela nuestro presente.
Recordar este proceso no implica negar los avances en infraestructura o inclusión social, sino reconocer que cuando la educación se convierte en un vehículo del poder y no del saber, se vulnera su esencia misma: formar ciudadanos libres, no súbditos de una causa.