Más años, ¿mejor vida?
Envejecer en la Argentina, entre logros y deudas pendientes

Periodista

Cada vez vivimos más, pero no todos viven mejor. Salud, vínculos, ingresos y autonomía: radiografía del envejecimiento en cifras.
Hay 7 millones y medio de personas mayores en la Argentina. Nunca en la historia fuimos tantos los que cruzamos los 60. Y, sin embargo, no está claro si eso es una buena o una mala noticia.
El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA -elaborado en 2024 por Enrique Amadasi, Solange Rodríguez Espínola, Carolina Garofalo y Juan Soler-junto con la Fundación Navarro Viola, traza una radiografía cruda pero reveladora sobre cómo se envejece en el país. ¿Lo primero que muestra? Que vivir más años no necesariamente implica vivirlos mejor.
1 de cada 4 adultos mayores vive en pobreza multidimensional. Es decir, sufre carencias no solo económicas, sino también en salud, vivienda, educación, vínculos y acceso a servicios básicos. Además, el 22% no tiene ingresos suficientes para llegar a fin de mes. El mito de la jubilación como tiempo de descanso y seguridad choca con una realidad de pensiones mínimas, trabajos informales y redes familiares desgastadas.

"El problema no es solo vivir más, sino qué estructura social sostiene esa vida más larga", explica Solange Rodríguez Espínola, psicóloga e investigadora del ODSA. Según detalla, el 14% de las personas mayores experimenta sentimientos de soledad, cifra que crece con la edad y con la falta de vínculos significativos. “Una de cada cuatro personas mayores dice no tener amigos ni familiares cercanos con quienes sentirse contenida. Esto impacta directamente en su bienestar emocional y cognitivo”, advierte. También subraya que las mujeres y quienes no completaron la secundaria presentan mayores déficits en redes de apoyo.
A su vez, Carolina Garofalo, también psicóloga e integrante del equipo de investigación, sostiene que “los vínculos cercanos funcionan como una especie de capital social que sostiene frente a múltiples situaciones: desde sacar un turno médico hasta encontrar sentido vital tras la jubilación”. Y agrega: “La espiritualidad, el compromiso comunitario y la participación activa ayudan a transitar con más serenidad los miedos típicos de esta etapa: la pérdida, la enfermedad, la dependencia”.
Los datos también muestran que el 15% de los mayores carece de redes de contención social o emocional. Muchos pasan días enteros sin una conversación significativa. Otros son directamente víctimas de maltrato, especialmente las mujeres. Rodríguez Espínola advierte sobre los riesgos del edadismo y de estructuras familiares intergeneracionales mal equilibradas, donde las personas mayores ceden sus necesidades en función de los más jóvenes del hogar. “Esto suele perjudicar su salud física y emocional”, señala.
En los sectores de mayores ingresos, los indicadores cambian. Allí se observan más prácticas saludables, más autonomía, más participación comunitaria y mayor bienestar subjetivo. La longevidad puede ser una oportunidad... si hay con qué sostenerla.
La doctora María Dolores Dimier de Vicente, secretaria académica del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral, lo resume con claridad: “Los déficits estructurales que atraviesan a las personas mayores son múltiples: económicos, vinculares y culturales. Su peso varía según el nivel socioeducativo, pero todos conviven. La falta de políticas públicas adecuadas promueve la precarización social”. Y apunta contra una cultura que margina: “Vivimos en una sociedad eficientista, que arrastra una ‘cultura del descarte’. Esa imagen de la vejez como incapacidad o deterioro profundiza la exclusión”.
Dimier insiste en recuperar la solidaridad intergeneracional: “Es una forma de prosperidad humana. Una generación proyecta futuro, la otra conserva memoria, linaje y sentido. Es clave para combatir la soledad y generar bienestar emocional”. Esta sinergia se articula sobre cuatro pilares —respeto, reciprocidad, responsabilidad y resiliencia— y puede encarnarse en prácticas cotidianas: desde tareas escolares compartidas entre nietos y abuelos, hasta programas de voluntariado, talleres culturales guiados por personas mayores o iniciativas de emprendedurismo senior. “Una sociedad para todas las edades no es solo un eslogan, es una invitación a diseñar espacios donde cada generación encuentre su lugar y su voz”, afirma Dimier.
También propone pensar en una “nueva longevidad”: activa, con participación social, con presencia en espacios laborales, comunitarios y culturales. “Sería una oportunidad para que un bono demográfico no se transforme en una deuda demográfica”, afirma.
La nota clave del informe: las desigualdades que arrastramos toda la vida se profundizan con la edad. El tiempo no empareja: al contrario, ensancha las brechas. Si queremos que el envejecimiento sea una etapa digna, autónoma y plena, no alcanza con agregar años a la vida. Hay que agregar vida —y justicia— a esos años. Como bien recordó la doctora Dimier de Vicente:
“Y si fuego es lo que arde en los ojos de los jóvenes, luz es lo que vemos en los ojos del anciano.” —Victor Hugo