Miércoles de Ceniza
Empieza la Cuaresma: un tiempo para detenerse y reflexionar

Periodista.
Se trata de un tiempo de reflexión, conversión y preparación espiritual. A través del ayuno, la abstinencia, la oración y la caridad, se nos invita a renovar nuestra fe y evaluar lo esencial en nuestra vida. Más que una tradición, es una oportunidad para detenernos, sanar rencores y reencontrar el verdadero sentido de nuestra existencia.
Este miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma, un período de cuarenta días que invita a la reflexión, la conversión y el crecimiento espiritual. Más allá de una tradición religiosa, es una oportunidad para hacer una pausa en medio del ajetreo diario y preguntarnos: ¿qué aspectos de nuestra vida necesitan renovación?
Dentro de la historia del cristianismo, la Cuaresma rememora los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, enfrentando la tentación y preparándose para su misión. Es un tiempo de preparación para la Semana Santa, en el que se nos llama a la introspección y a renovar nuestra fe a través del sacrificio, la oración y las obras de caridad.
El símbolo que da inicio a este período es la imposición de cenizas sobre la frente de los fieles, un recordatorio de la fragilidad humana y la necesidad de conversión. Estas cenizas se obtienen de la quema de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior y llevan consigo un doble mensaje: “polvo eres y en polvo te convertirás”, que nos invita a reflexionar sobre la fugacidad de la vida, y “conviértete y cree en el Evangelio”, un llamado a la humildad y la renovación espiritual.
Entre las prácticas de este tiempo litúrgico, el ayuno y la abstinencia ocupan un lugar especial. El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno, lo que significa que se permite solo una comida fuerte al día, con algo ligero en la mañana y en la noche. Además, en estos días, junto con todos los viernes de Cuaresma, se practica la abstinencia de carne, permitiéndose pescado y mariscos. Estas normas aplican a los mayores de 14 años en el caso de la abstinencia, y de 18 a 59 años para el ayuno.
La Cuaresma nos recuerda que la transformación no llega sin esfuerzo. El ayuno, la oración y la caridad no son meras costumbres, sino caminos para elevar el espíritu, enfocarnos en lo esencial y fortalecer nuestro compromiso con los demás.
Aprovechemos este tiempo para evaluar nuestras prioridades, sanar rencores, practicar la gratitud y redescubrir lo que realmente da sentido a nuestra existencia. Porque en el silencio de la introspección, a menudo encontramos las respuestas que llevamos tiempo buscando.