Como fueron cambiando las formas
El vino ya no se toma igual que antes

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Entre modas, generaciones y nuevas costumbres, el consumo fue mutando con los años. ¿Qué busca hoy la gente cuando elige un vino?
Durante décadas, el vino fue parte del día a día. Estaba en la mesa, en las reuniones, en los almuerzos de casi todos las familias. No se hablaba tanto de varietales, puntajes ni maridajes. Solo se tomaba vino, sin tantas vueltas. Pero con el correr del tiempo, me incluyo, fuimos cambiando. Y es normal que así suceda. Hoy el vino es también una experiencia, una búsqueda de calidad, una forma de expresarse, de alguna manera.
Hasta mediados del siglo XX, el vino era considerado un alimento. En muchos países, incluidos Argentina, Italia, Francia y España, se tomaba vino con alta frecuencia. La damajuana, la gran vedette, era cosa de todos los días, y se compraba en el almacén de la esquina. Se priorizaba la cantidad sobre la calidad. El vino era parte de la rutina. No estoy disconforme con la evolución que se viene dando en la elaboración y conducción dentro del mundo del vino, creo en las buenas oportunidades que, muchas de ellas, supieron rendir frutos: estilos de vinos más amplios, conocimiento, innovación y tecnología, una mirada más global, nuevos productores, entre otras. Pero todas ellas deben estar al alcance de todos.
En esa época, el consumo per cápita era altísimo. En Argentina, por ejemplo, se llegó a tomar más de 90 litros por persona al año. Nadie preguntaba si era Malbec o Bonarda. Se bebía lo que había, y lo que alcanzaba o estaba disponible. Me acuerdo de esas miles de noches en Villa Elisa, cuando mis viejos, rodeados de amigos, esperaban y armaban el fogón, la comida y la guitarreada como si no hubiera otro instante más que ese. Las copas de vino siempre llenas, como las risas también… la felicidad parecía eterna. Era un momento épico.
Con la llegada de los años 80 y 90, todo empezó a cambiar, sobre todo los noventa. El ritmo de vida se aceleró, la cerveza se volvió más popular, y la gaseosa ocupó el centro de la mesa familiar. La nueva generación ya no sentía esa conexión con el vino. La damajuana pasó a ser sinónimo de “vino de viejo”, y el consumo bajó a niveles históricos.
Esto fue el inicio de otra etapa. A partir de los 2000, el vino comenzó a reposicionarse: apareció la figura del sommelier, las bodegas empezaron a sacar etiquetas más atractivas, comunicando y contando historias, y la exportación creció con mucha fuerza. El Malbec se volvió embajador de Argentina, con mucho mérito, y los consumidores adoptaron palabras algo cool como “terroir” y “crianza”. El lenguaje y la comunicación claramente habían cambiado. Aterrizaron muchos proyectos con capital extranjero que subieron la vara e incorporaron bastante tecnología. Muchas bodegas crecieron, en términos de producción e ingresos, y otros proyectos más pequeños o boutique empezaron a sonar entre los consumidores. Eran tiempos de cambios.
Hoy el vino está viviendo un momento extraño. Por un lado, bajó el consumo masivo; ya no se toma todos los días, pero sí se elige con más atención lo que uno toma. Hay quien prefieren un blend complejo para una cena especial, y quien busca un vino fresco para tomar con hielo en verano. Los pibes, antes más reacios, ahora se acercan con curiosidad: prueban, preguntan, se animan. Pero así y todo, el consumo volvió a mostrar cifras alarmantes. Las bodegas no están llegando a rotar los vinos, caen las ventas, la gente se desespera, los que pueden costear bajan los precios y se hace difícil la competencia. Sobra vino. las bodegas tiene sobre stock y no tienen lugar para almacenar las nuevas cosechas. Volvieron, no por “motus propio”, a ofrecer descuentos, plazos de pago porque sino los vinos no tienen donde metérselos. ¿Qué habremos hecho mal? Si bien no soy enólogo ni vivo en Mendoza, puedo decir que conozco el vino desde varios ángulos: lo hago con ayuda de amigos enólogos, lo vendo y lo disfruto. Y en ese camino, vi cómo muchos lo usaron como excusa para subestimar o descuidar al consumidor. Al cliente no se lo cuidó y, en parte, hoy estamos todos pagando las consecuencias. Me apena mucho la situación actual y, hablando con productores y amigos del mundo del vino, todos llegamos a una misma conclusión: estamos atravesando una crisis. "No se vende nada y está todo planchado". Pero si estamos unidos y nos cuidamos saldremos sin problemas. Pero ojo, no volvamos a cometer los mismos errores. Hagamos una pausa y reflexionemos para tener una visión 360° y a largo plazo.
Otro tema es que la gente empezó a llevar una vida más saludable y no consume tanto vino. Sumado a que se habla mucho de vinos orgánicos, sin sulfitos, de bajo alcohol o baja intervención. Una categoría más. El vino ya no es solo una bebida, sino que para algunos es una forma de conectar con lo natural, con lo artesanal. Pero déjenme decirles que el vino es una bebida honesta , auténtica y natural por donde la mires.
Curiosamente, muchas tendencias “de antes” están regresando con una nueva lavada de cara. Las jarras con vino y frutas (como el tinto de verano o la sangría) volvieron en bares cancheros y de moda. Se revalorizan los vinos de bodegas pequeñas, los vinos “de garage”, los que cuentan una historia familiar.
Incluso el vino en lata o en copa lista para tomar gana terreno entre los más jóvenes y quienes buscan practicidad. No se trata de romper con la tradición, sino de adaptarla a los nuevos tiempos. Estoy convencido de que mientras haya vino en la mesa, estaremos yendo por buen camino. También debo decir que me importa mucho cuidar el producto y al productor. Respeto, conciencia, honestidad hacen de la buena experiencia. Hay lugar para todos solo debemos asumir las responsabilidad de comunicar bien, ser auténticos para no repetir pavadas y no vender solo el vino. También se trata sentir, esa pasión interna que no siempre sale a la luz. Recomiendo siempre mostrar nuestra mejor versión, no solo cuando se prenden las cámaras sino en todo el proceso evolutivo.
Entonces, no se trata solo de vender más litros, sino de crear experiencias, de acompañar momentos. Hay lugar para todos: para el que busca un vino complejo de guarda y para el que se arma un picnic con un vino fresco y descontracturado. Respetar y valorar la importancia de si el vino está rico o no.
Y si de algo sabe el vino, es de tiempo.
Porque al final, el vino, como la vida, también evoluciona. Y eso no está nada mal.
¡Chin Chin!