Identidad y futuro
El vino argentino entre alarmas y esperanza

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Mientras el consumo interno cae brutalmente y las bodegas enfrentan una de las peores crisis en décadas, algunos productores, enólogos y amantes del vino seguimos apostando al futuro con trabajo, pasión, compromiso y profesionalismo.
Los números no mienten y estamos pasando por un momento crítico: el consumo interno de vino en Argentina alcanzó uno de sus puntos más bajos en la historia reciente. El consumo per cápita de vino argentino en 2025 se espera un poco menor que en 2024, seguramente alrededor de 15 a 16 litros por persona. Esta proyección combina las cifras reportadas para 2024 con estimaciones a la baja basadas en el consumo. En medio de una economía inestable, la suba de precios -sobre todo el año pasado-, el encarecimiento de los insumos y la falta o poca comunicación efectiva y precisa con los consumidores, el sector vitivinícola transita aguas turbulentas. Sin embargo, detrás de estos datos duros, hay miles de personas que seguimos trabajando con pasión, buscando no solo sostener la identidad del vino argentino, sino también proyectarla hacia un futuro posible y más amigable. Por más que digan que se toma menos pero “de mayor calidad/precio”, no todos pueden sostener ese lujo. Muchas familias tienen prioridades distintas a quienes comulgan con ese tendencia.
Desde hace bastante, Argentina ha consolidado su lugar en el mapa del vino mundial gracias a la calidad del Malbec y otras cepas que supimos cultivar con identidad propia. Por ejemplo, la gran evolución de los vinos blancos, espumosos y algunas tintas como las Criollas, ricos blends y algunos modernos Cabernet Sauvignon. Nuestros vinos, especialmente los de altura y los de pequeñas producciones, han ganado prestigio en mercados bastante exigentes como Estados Unidos, Canadá, Brasil y Europa. Otro mercado interesante y que viene sonando fuerte es Asia. A nivel internacional, seguimos compitiendo con gigantes como Francia, Italia, España y Chile, pero con una ventaja que es nuestra marca registrada: el alma que tiene el vino argentino. Muchos de nuestros vinos lograron destacarse en concursos y se colgaron varias medallas. Sin embargo, si no pensamos alguna estrategia de impuestos y precios a largo plazo los vinos locales, a comparación de otros del resto del mundo, seguirán quedando muy altos. No hace falta viajar a Europa, en Brasil la góndola de vinos argentinos es de la más caras, teniendo una oferta internacional mucho más atractiva y accesible. Un Malbec gama media rondan los 190 reales compitiendo con buenos vinos que están a la mitad del valor.
Aun así, el escenario local preocupa. Las ventas caen mes a mes, el consumo per cápita se desploma, y el vino pierde terreno frente a otras bebidas. Aparecen en circuito nuevas tendencias como las Coffee rave que se están viralizando cada vez más. Las bodegas y distribuidoras no llegan a cumplir con los objetivos de las ventas. Algunos pueden extender plazos de pagos a otros, generalmente los pequeños productores, se les complica porque necesitan liquidez. Sumado a que las nuevas generaciones, muchas veces, no se sienten identificadas por una bebida que aún arrastra códigos antiguos, lenguajes técnicos o rituales y experiencias poco accesibles. Precios de degustaciones por $100.000 por persona o restaurantes en bodegas a precios desorbitantes me llaman la atención. Mientras tanto, muchas bodegas pequeñas y medianas luchan para subsistir, y los costos para producir un vino de calidad se disparan y hacerle frente se hace muy difícil.
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Pero no todo es pálida. Lo esperanzador es que en muchos rincones del país somos varios los que seguimos apostando por el vino desde el trabajo honesto, los valores, precios reales y una buena comunicación con lenguaje integral. En definitiva, tenemos que que tirar todos para el mismo bando. Gracias a todos los enólogos, sommeliers que se animan a comunicar distinto pero no así confuso, productores que entienden que el cuidado del lugar de origen es clave pero también lo es el cliente, y emprendedores que seguimos apostando para poder seguir haciéndoles llegar botellas de vino directo a la mesa para el disfrute de todos.
A diferencia de otros países vitivinícolas donde el marketing es muy importante, en Argentina el vino todavía nace del esfuerzo y la pasión. Eso puede ser una debilidad, pero también una enorme fortaleza si logramos comunicarlo mejor.
Pienso que necesitamos hablarle de frente al consumidor, mostrar el detrás de escena, bajar el vino del pedestal y volverlo parte de la vida cotidiana sin perder su valor cultural y simbólico. Hubo mucho tiempo en que al consumidor se lo maltrató.
Comparado con otras regiones del mundo, el vino argentino tiene algo único: es parte de nuestra mesa, de nuestros domingos, de las charlas entre amigos. Esa cercanía es nuestro diferencial. Pero hay que volver a enamorar a quienes lo han apartado. Comunicar desde el disfrute, desde la diversidad de estilos y precios, y dejar de hablarle solo a los que ya saben, o creen que saben.
En tiempos difíciles, la industria necesita apoyo, políticas que cuiden al sector y una comunidad que lo acompañe. Pero también necesita autocrítica, renovación, y una estrategia que incluya a todos los eslabones de la cadena, desde la finca hasta la copa.
El vino argentino nunca estará en duda ni acabado. Está en un punto clave. Y como toda buena historia, esta también puede tener un giro inesperado si apostamos a trabajar con responsabilidad, creatividad y visión de largo plazo. El compromiso tiene que ser de todos.
Porque si algo nos sobra en esta tierra es gente que ama lo que hace. Y cuando hay amor, el vino siempre vuelve a mostrar su mejor versión. El protagonista que sea el vino y su gente.
¡Chin Chin!