Política
El fin de los gurúes

Dirigente liberal
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La gestión libertaria desafía la lógica de los consultores y devuelve protagonismo a la intuición, el coraje y la política real.
El triunfo de Javier Milei primero, y los dos años de gestión después se cargaron con décadas de teoría política y con un sistema que -hasta ese momento- funcionaba a la perfección.
El sistema que todo lo medía, donde todo se controlaba (y muy poco funcionaba).
Los gobiernos gastaban millones en encuestas, cartelería, aparatos propagandísticos ultra profesionales, grandes estructuras, en instalar a un candidato o en desarrollar un tablero de control que todo lo controlara.
¿Es la época de las políticas públicas basadas en evidencia? Sí. Pero no todo se puede medir. O por lo menos no debería ser así.
La sangre le gana al tablero de control.
En el medio pasaron encuestadoras, consultoras en temas varios, analistas, gurues de todo tipo y materia que le prometían al candidato de turno la fórmula de la felicidad. Los hubieron exitosos, mediocres y fracasados.
Con el imbatible Jaime Durán Barba, que carga con triunfos inéditos y una formación intelectual única que lo convirtió, como lo titularon, en “El Mago de la Felicidad” se extinguió la última camada de consultores político-electorales (no de gestión) exitosos, que entendían que detrás de todas las herramientas electorales cuantitativas, no era posible gobernar sin una cuota de valentía, más allá de lo que informaran los reportes de prensa. De ahí, su eterno y ya conocido choque con algunos funcionarios del gobierno.
El gobierno de Milei, es entre muchas otras cosas, el fin de los charlatanes, de los gurúes mesiánicos que intentan recrear todo (o casi todo) en un laboratorio electoral, con focus group que miden el minuto a minuto de la conversación pública, que respaldan todas sus decisiones en manuales universitarios de teoría política y que, si bien dan (cada vez menos) resultados favorables para frentes electorales adversos, dejan en evidencia una gran falla a la hora de involucrarse en la gestión.
Es curioso que el mismo gobierno de los tuiteros tenga mucha más sangre y sentir político que gobiernos anteriores que se jactaban de funcionar como un reloj suizo, con un alto nivel de sofisticación en la planificación, mediocre en la ejecución y pobre en los resultados.
Apenas asumió el gobierno de Mauricio Macri, su jefe de gabinete, Marcos Peña dijo en una de las primeras conferencias de prensa “No venimos a refundar la Argentina. Venimos a cambiar las cosas que están mal”. Así, casi premonitorio, cuatro años después, el portaaviones que todo lo medía (y todo lo podía, según parecía) de 22 ministerios, 2 coordinadores generales y un Jefe de Gabinete, se estrellaba.
El gobierno de Macri fue un gobierno planificador, con una visión empresarial casi corporativista de la política y la gestión. Donde lo que no se puede medir, más que no poder mejorarse, no se puede hacer.
Donde el tablero de control es un mantra incuestionable, donde los procesos no fluían, sino que se perdían en medio de seguimientos, revisiones e interminables instancias. Donde acceder al Presidente, para un ministro, era casi imposible si no pasaba antes por los filtros anteriores.
El gobierno de Milei es un gobierno netamente ejecutador, donde muchas decisiones son tomadas personalmente por el Presidente. Donde las reuniones de gabinete son casi informativas y la gestión fluye mucho más, con más libertad para los Ministros, que tienen línea directa con el Presidente, y en lugar de apodos o nombres de pila, tienen un apellido. Donde el Jefe de Gabinete negocia personalmente las leyes en el Congreso (en el medio, el conflicto con la Vicepresidente contribuyó con este rol) y no se mete en temas comunicacionales. Donde el Presidente está al tanto de todo lo verdaderamente importante y no porque se lo arroje un excel. Donde Santiago Caputo, la figura más importante del gobierno después de los hermanos Milei, asesora, cuestiona y aconseja, guiado por herramientas de laboratorio, pero entendiendo que la política le gana al laboratorio, y que Milei es producto de esa política desfachatada, desalineada, y que el hecho de que haya podido acceder a la Primera Magistratura era, para este viejo paradigma controlador, casi imposible. Otro punto para la política real.
El gobierno de Milei, en la práctica, es más parecido a los gobiernos del siglo pasado. Sería difícil imaginar a los máximos próceres de nuestro país, siendo guiados por una planilla o por experimentos de laboratorio -salvando las distancias tecnológicas y de recursos-. Se tomaban las decisiones que se tenían que tomar, guiadas por la convicción, el momento histórico y el mandato popular, aunque tuviesen costos políticos.
El oficialismo entiende que una gestión exitosa, es la combinación de las dos: planificación y política, cada una en su punto medio. Por eso Milei, además de cargarse con estructuras vetustas que se resistían, se cargó con la política de los gurúes y -paradójicamente- es la vuelta de la política: esa que requiere una gran cuota de coraje, intuición, de sentir, de razón, y no de especulación, control al detalle y relatividad.