Outside the box
El espejismo del control: salud, crianza y obsesión

Periodista.

De adolescentes “crunchy” a padres hiperconectados: la obsesión por optimizarlo todo nos aleja de lo esencial.
Si algo define a nuestra era es la obsesión por optimizarlo todo. Queremos optimizar el trabajo, la alimentación, el sueño, las emociones, la crianza. Queremos medirlo, rastrearlo, controlarlo. Queremos que cada célula, cada segundo, cada relación funcione “mejor” —aunque nadie nos diga mejor según qué estándar.
El New York Times publicó hace unos días un artículo de Rina Raphael titulado “El auge de las influencers adolescentes del bienestar crunchy”, donde retrata a chicas como Ava Noe, de 17 años, que acumula miles de seguidores en Instagram recomendando suplementos de calostro, cinta bucal para dormir y terapias de luz roja. Bajo la etiqueta “Make America Healthy Again”, estos adolescentes parecen tomarse la salud más en serio que los adultos: leen papers, preguntan a ChatGPT, desconfían del flúor y de los cereales de desayuno. Como dice Raphael, “lo que a simple vista podría parecer saludable puede volverse limitante”. ¿El precio? Muchas veces, perderse las cosas básicas de la vida adolescente: quedarse una noche más con amigos, reírse hasta tarde, ser simplemente joven.
Pero esta obsesión no se limita a los adolescentes. Como señala Hillary Kelly en The Atlantic, reseñando el libro Second Life: Having a Child in the Digital Age de Amanda Hess, también los padres modernos caen en la trampa del espejismo digital. Kelly describe cómo apps como Flo (que promete predecir estados emocionales) u objetos como el Owlet (un monitor de signos vitales para bebés) venden la ilusión de que la crianza puede ser controlada, programada, optimizada. Sin embargo, Hess —que atravesó la angustia real de un embarazo complicado— descubre en carne propia que, pese a todo el arsenal tecnológico, el caos sigue ahí. Los dispositivos no eliminan la incertidumbre ni los miedos; a veces, incluso los agrandan.
Percibo un núcleo común en ambas historias. La ansiedad. Una ansiedad profundamente contemporánea por evitar el dolor, la falla, la enfermedad, el error. Una ansiedad que nos hace creer que, si aplicamos suficientes filtros, métricas, hacks y protocolos, podremos diseñar una vida sin sobresaltos.
Pero tanto Raphael como Kelly nos recuerdan que la vida no funciona así. “La paternidad es intrínsecamente desordenada y no programable”, escribe Kelly. Lo mismo podría decirse de la adolescencia, de la salud, del amor, de la amistad, de todo lo humano. Cuando buscamos convertir lo imprevisible en algoritmos, a menudo terminamos perdiendo lo más importante: la autenticidad, la conexión genuina, el simple hecho de estar presentes.
Pero hay un matiz importante que no podemos dejar pasar: tanto adolescentes como padres no son simplemente víctimas pasivas de un mercado despiadado o de influencers poco éticos. En muchos casos, esta obsesión por optimizar surge de un deseo auténtico de cuidar mejor, de hacer las cosas bien, de no repetir errores del pasado. El problema aparece cuando ese deseo se vuelve desproporcionado, cuando la búsqueda de salud y bienestar pasa de ser un valor positivo a convertirse en un mandato, una carga o incluso una fuente de angustia. Como sociedad, quizás necesitamos aprender a reconciliarnos con un hecho incómodo pero liberador: vivir bien no siempre significa vivir perfecto, y vivir imperfectamente no nos convierte en fracasados, sino en simplemente humanos.