El desafio del Doc. Sarra
Seis grandes decisiones para disfrutar la vida ¿estás preparado para ser feliz?

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Seres gregarios que tejen lazos de amor, amistad y comunidad, que nos sostienen y nos desafían. Elegir con quién compartir la vida; es un acto de valentía.
Esta es la presentación de una serie de notas en las que vamos a sencillamente plantear un manual de instrucciónes para corajudos, para los que se animan a vivir riéndose y disfrutar la vida a pesar de los tragos amargos. Vamos entonces a resolver, o hacer el intento, de preguntarnos qué cosas son importantes debatir internamente para caminar el sendero de la paz interior. Lograr que a la mañana se nos dibuje una sonrisa para arrancar el día a pesar de todo. Si queres ser feliz, tengo una primera noticia para vos que me estás leyendo: no depende de nadie más que de vos. Ahora bien, empecemos a pensar.
La vida es un despelote de decisiones, y si la primera gran pregunta es “¿qué hago con mi vida?”, la segunda pega más hondo: ¿quién se anima a caminar con vos? No es solo buscar pareja, no es solo el amor romántico con su fuego y sus promesas. Es tejer una red de vínculos —pareja, amigos, familia, comunidad— que te sostengan, te desafíen y te hagan mejor. Pero en un mundo que nos vende conexiones instantáneas y nos deja más solos que nunca, elegir bien es un arte. Y, como todo arte, requiere coraje, autoconocimiento y un toque de rebeldía contra los patrones que nos traban.
Los hilos invisibles del apego
Todo arranca en la cuna. John Bowlby, con su Teoría del Apego, lo dejó claro: cómo nos cuidaron de chicos escribe el guión de cómo amamos de grandes. ¿Tuviste un “puerto seguro” donde descansar tranquilo? ¿O creciste con el miedo al abandono, siempre alerta, siempre dudando? Los estilos de apego —seguro, ansioso, evitativo, desorganizado— son como un tatuaje emocional. Si sos de los que se aferran como si el otro fuera oxígeno, o de los que salen corriendo cuando la cosa se pone íntima, ahí está la clave. Conocer tu estilo de apego no es solo un ejercicio de psicoanálisis cool; es el primer paso para no tropezar siempre con la misma piedra. Porque, seamos sinceros, repetir patrones tóxicos es como escuchar la misma canción rota una y otra vez.
El amor: incondicional, exigente, con límites
Hablar de amor es meterse en terreno pantanoso. Cada uno tiene su definición, moldeada por sus vivencias, sus cicatrices, sus sueños. Pero si me preguntás, el amor de verdad tiene dos patas: incondicionalidad y exigencia. Suena contradictorio, pero no lo es. Amar incondicionalmente es estar para el otro sin esperar que sea tu salvador, tu terapeuta o tu muleta. Es quererlo entero, con sus luces y sus sombras, sin querer cambiarlo. Pero ser incondicional no es depender; es poner límites claros, respetarse a uno mismo y al otro. Amar no es un vale todo. Un amor sano no te pide que te anules, ni que soportes lo insoportable. Es un pacto donde ambos crecen, se desafían y se cuidan, pero nunca se atan.
Vínculos que curan, vínculos que duelen
La ciencia no miente: el Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard lo dejó clarito. No es la guita, no es la fama, son las relaciones sanas las que te hacen vivir más y mejor. Un amigo que te escucha sin juzgar, una pareja que te banca en las malas, una comunidad que te abraza cuando todo se derrumba: eso es un escudo contra la ansiedad, la depresión y el estrés. Pero ojo, los vínculos tóxicos son veneno puro. Una relación —de pareja, de amistad, o incluso familiar— que te apaga, que te hace dudar de vos mismo, que te enreda en celos, codependencia o peleas eternas, es un boleto directo al malestar. Y la soledad, esa sombra que acecha, no es solo no tener pareja. Es sentir que no tenés a nadie en tu esquina, que no hay un amigo, un pariente, un vecino que te tire una soga. Las redes sociales, con sus vidas perfectas y sus likes vacíos, a veces agrandan ese hueco. La clave está en conectar de verdad: bajar la guardia, buscar un amigo, un hobbie, una causa. Algo que te saque del pozo y te devuelva al mundo.
Comunicar es el verbo
Las relaciones no son magia, son laburo. Y el corazón de ese laburo es la comunicación. No es solo hablar, es escuchar sin planear la respuesta mientras el otro suelta su verdad. Es pelear sin destruir, decir lo que sentís sin esperar que el otro sea adivino. Es poner límites sin culpa y respetar los del otro. Las relaciones sanas —de pareja, de amistad, de comunidad— se construyen con respeto mutuo, con la valentía de mostrarte vulnerable y la humildad de admitir cuando la pifiaste. Porque no se trata solo de encontrar una media naranja; tus amigos, tu familia, tu tribu son la red que te sostiene cuando la vida pega.
Cuando el camino se tuerce
A veces, las cosas se pudren. Relaciones —de pareja, de amigos, de familia— que se vuelven un loop de peleas, silencios que cortan como navajas, o patrones que te enganchan con gente que te lastima. Las relaciones tóxicas no son solo peleas épicas o portazos; son esos vínculos que te desgastan, que te hacen sentir menos, que te atrapan en un ciclo de celos, control o indiferencia. Desde la psiquiatría, se sabe que detrás de estos quilombos muchas veces hay algo más profundo: inseguridades grabadas a fuego, traumas que no sanaron, o incluso trastornos que complican todo. Por ejemplo, alguien con un carácter súper intenso, que pasa de idealizarte a ignorarte, puede estar lidiando con algo como un trastorno límite, que hace que las relaciones sean una montaña rusa emocional. O alguien que siempre necesita ser el centro y no empatiza con vos, quizás esté atrapado en un patrón narcisista. La depresión, la ansiedad o heridas de traumas pasados también pueden meterse en el medio, haciendo que la confianza o la intimidad sean una misión imposible. La terapia no es un lujo, es un mapa para salir del laberinto. Identificar esos patrones —codependencia, celos enfermizos, juegos de poder— es el primer paso para cortarlos. Y cuando un vínculo se rompe, sea una pareja o una amistad, el duelo duele como un mazazo. No es solo extrañar; es lidiar con la pérdida de lo que pudo haber sido. Sanar no es olvidar, es soltar, y eso lleva tiempo y coraje.
El eco de tus elecciones
Elegir con quién compartir la vida es elegir cómo querés vivirla. No se trata de encontrar al “indicado”, sino de ser vos el indicado para alguien —pareja, amigo, comunidad—, con tus virtudes y tus grietas. Pero no elegir, encerrarte, aislarte del mundo, también tiene su precio. La soledad no deseada no es solo un mal día; puede arrastrarte a la depresión, la ansiedad o problemas más serios. La psiquiatría lo ve claro: el aislamiento crónico, sin amigos, sin tribu, sin nadie con quien compartir las risas o las broncas, puede hacer que el alma se apague. Construir relaciones sanas es un arte que se aprende, y el pincel está en tus manos. Elegí con quién caminar, porque el eco de esa elección va a resonar toda tu vida.
La próxima entrega: ¿Hijos, ser o no ser? Esa es la cuestión que sacude el alma. La semana que viene, te contamos si traer vida al mundo es tu destino o si la libertad de no hacerlo es tu verdad.