#Familia/La mirada de una experta
El dilema de la cuna vacía: causas y desafíos de la baja natalidad

Médica Pediatra UBA. Vice Presidente Instituto para el Matrimonio y la Familia UCA.
La caída en la tasa de natalidad es un fenómeno global con múltiples causas y consecuencias. Desde el cambio en el rol de la mujer hasta la cultura del “no kids”, la postergación de la maternidad y la masificación de la anticoncepción, las razones son muchas.
Al estudiar las causas de la crisis de la institución familiar se observa que son muchos los factores en juego y también que las consecuencias son variadas. Dado que es imposible abordar en pocas líneas un tema con tantas variables, realizaré unos breves comentarios sobre el descenso de la natalidad, fenómeno muy relacionado con la crisis de la familia.
Un factor de peso es la modificación del lugar de la mujer, quien durante siglos ha sido el pivote de la vida familiar. El acceso, casi masivo, de la mujer al mundo de la educación superior y del trabajo, como todo fenómeno social, acarrea beneficios e inconvenientes.
La expectativa de vida ha aumentado considerablemente lo que lleva a que hoy se postergue afrontar la formación de una familia. La realización personal ocupa un lugar primigenio tanto en varones como en mujeres lo hace que se postergue, o no se tenga en cuenta, considerar un proyecto que incluya el nosotros, es decir la formación de una familia.
El aumento de la edad en que las mujeres tienen su primer hijo confirma esta afirmación. Cuando yo estudié medicina, hace más de cincuenta años, los libros de obstetricia calificaban a la mujer que tenía su primer hijo después de los treinta años: primípara añosa. Hoy, tener un hijo después de los treinta años es lo más frecuente, e incluso a edades mayores. Esto reduce drásticamente la posibilidad de tener más de dos hijos y explica también la multiplicación de consultas de mujeres que no logran quedar embarazadas.
Parece olvidado el hecho de que las mujeres poseen un reloj biológico; una “ventana de fertilidad” que se va achicando con la edad. Cuando a este factor se le suma el estrés, la carga laboral y el ritmo de vida acelerado, que afectan la frecuencia y la calidad de la actividad sexual, es posible explicarse el aumento de la esterilidad.
En paralelo al grupo que busca embarazarse, se está poniendo de moda, el grupo de los “no kids” que expresan lisa y llanamente no querer tener hijos. Los motivos que aducen son variados: tener hijos atenta contra la ecología; implica no poder viajar; supone un gran sacrificio; no puedo ni quiero hacerme cargo y otras razones que, como se ve, son bastante banales. Llama mucho la atención cómo se va eclipsando el deseo natural de trascender a través de un hijo.
La masificación y naturalización de la anticoncepción y la esterilización quirúrgica han sido adoptadas por gran parte de la sociedad y contribuyen fuertemente al descenso de la natalidad. Este es un fenómeno global en el mundo occidental y en el oriental está sucediendo algo similar, por ejemplo, en Corea y Japón la natalidad es bajísima y hay gran preocupación al respecto. Lo mismo sucede en China o la India.
Muchos desconocen que se ha constatado que una vez que la tasa de reposición cae por debajo de cierto punto, por más políticas públicas que se implementen, revertir la situación se vuelve casi imposible.
Si las políticas públicas no garantizan éxito para modificar el descenso de la natalidad; gran parte de la sociedad ha adoptado y naturalizado la anticoncepción y la esterilización; las mujeres, postergar la maternidad y algunos jóvenes pregonan el no kids. ¿Queda algo por hacer?
Una vez más la salida está en la educación. La propuesta tendría que ser motivo de otra nota. Solo me atrevo a mencionar dos puntos:
Trabajar con los niños desde muy pequeños, cultivando el valor de la vida, de la trascendencia, de lo que significa tener un hijo y la enorme importancia de ser colaboradores con Dios en la generación de un nuevo ser humano, asumiendo con libertad y responsabilidad el proceso de acompañamiento en su adecuado crecimiento, desarrollo y maduración integral. Y despertar el anhelo natural que todo ser humano posee de formar una familia a través de la cual trascender dejando su impronta en la cadena de las generaciones.