Muerte, olvido y profanación
El día que dos ministros saquearon la tumba de Belgrano

Historiadora y Periodista

Enterrado con una tapa de lavatorio, olvidado por el poder político, y víctima de una profanación.
Manuel Belgrano murió en soledad y pobreza el 20 de junio de 1820, en un país fragmentado por el caos político. Aquel año pasaría a la historia como “el de la anarquía”, debido a la inestabilidad que sacudía a Buenos Aires, donde se sucedieron varios gobernadores en pocos días. Sin embargo, tal como han advertido numerosos historiadores, esa situación no era representativa de todo el territorio. El relato de una Argentina completamente sumida en el desgobierno es, en gran parte, una construcción centralista y unitaria que ha marcado buena parte de la historiografía nacional.
Ese mismo día de junio se superpusieron tres gobernadores porteños: Ramos Mejía, Juan José Dolz y Miguel Estanislao Soler, este último respaldado por el ejército y el Cabildo de Luján. Mientras tanto, Belgrano exhalaba su último suspiro sin haber visto realizado el sueño de una patria justa y unida, por la cual había entregado su vida.
Su muerte, lejos de causar la conmoción que hubiera merecido, pasó casi inadvertida. El único medio que publicó la noticia fue el Despertador Teofilantrópico Místico-Político, dirigido por Francisco de Paula Castañeda. Allí se lamentó que el funeral del general se realizara sin honores, con escasos asistentes y en condiciones indignas. Belgrano murió en la más absoluta pobreza, y fue enterrado con una lápida improvisada, hecha con parte de un viejo lavamanos familiar.
Décadas más tarde, los restos del prócer fueron exhumados para ser trasladados a un mausoleo monumental, construido con materiales de lujo y diseñado por escultores italianos. El 4 de septiembre de 1902, una comisión integrada por familiares del prócer y autoridades nacionales, entre ellos los ministros Joaquín V. González y Pablo Ricchieri, participó del operativo. Pero la escena que se encontraron distó del protocolo. Bajo la lápida no hallaron ataúd alguno, apenas clavos, tachuelas y algunos huesos sueltos. Lo más intacto eran ciertas piezas dentales.
Y fue precisamente ese detalle el que desató el escándalo. Ambos ministros se llevaron dientes del General Belgrano. González dijo que lo hacía para mostrárselo a algunos allegados, mientras que Ricchieri llegó a justificar su accionar diciendo que pensaba cubrir uno de los dientes de oro y devolverlo. El gesto fue rápidamente denunciado por uno de los testigos presenciales, el fraile Modesto Becco, quien consideró inadmisible el despojo de restos humanos de un héroe patrio.
Frente al repudio público y las denuncias en la prensa, ambos funcionarios terminaron devolviendo las piezas sustraídas. El propio prior del convento lo comunicó con claridad:
“El señor Ministro del Interior Joaquín V. González, que llevó un diente del General Belgrano para mostrárselo a varios amigos, acaba de remitirme esa preciosa reliquia del glorioso prócer de la Patria, la cual está en mi poder y bajo custodia de esta comunidad, como el demás resto de sus cenizas”.

Este episodio no sólo expone el trato indigno que recibió uno de los padres fundadores de la Nación, sino también la ligereza con la que ciertos representantes del poder han actuado, creyéndose por encima de los símbolos patrios. Pero también revela otra constante de la vida pública argentina: la necesidad de una prensa atenta que observe, denuncie y haga visible lo que otros intentan ocultar.