Ciberacoso y salud mental
El boomerang digital de la hipocresía: cuando la chicana destruye vidas

Psiquiatra

La polarización convierte a las redes en un campo de batalla, donde mentiras y videos falsos tienen un costo humano devastador, llevando a la ansiedad, depresión y, en casos extremos, al suicidio.
En Argentina, la habilidad para la "chicana" se ha elevado casi a la categoría de arte. Sin embargo, en el entorno digital polarizado, las líneas se desdibujan peligrosamente. Las mentiras y los videos falsos, amplificados por la inteligencia artificial, dejan de ser una mera ocurrencia para convertirse en un arma con un costo humano altísimo, impactando directamente en nuestra salud mental. Como psiquiatra, observo con preocupación cómo el ciberacoso se ha instalado como una crisis silenciosa que mina el bienestar emocional en nuestra sociedad. En una cultura donde la controversia parece un deporte nacional, he sido testigo en mi consultorio del sufrimiento de pacientes que cargan el peso de la vergüenza y el aislamiento tras ser víctimas de la exposición digital. En una sociedad fracturada por la "grieta", el ciberacoso trasciende el mero ataque individual; se revela como un espejo distorsionado de nuestra incapacidad colectiva para asumir la responsabilidad de nuestras palabras y acciones en el espacio virtual.
Hipocresía digital y su costo psicológico
La hipocresía, esa brecha dolorosa entre el discurso y la práctica, se manifiesta crudamente en el ecosistema digital y cobra un precio psicológico elevado. Esta semana vimos cómo la periodista Julia Mengolini se quebró públicamente denunciando "violencia" tras la viralización de videos falsos que la involucraban en acusaciones aberrantes. El escarnio digital la sumió en la ansiedad y la vergüenza. Resulta paradójico que esta misma tormenta la haya encendido ella misma en 2023 al propagar una mentira infundada sobre Javier Milei y su hermana, una "chicana" sin asidero que buscaba rédito político. El "vuelto" en las redes sociales fue implacable.
Este episodio ilustra la disonancia cognitiva en su máxima expresión: la tensión psicológica que surge al atacar sin sentir culpa, pero victimizarse al recibir la misma moneda. También refleja un mecanismo de proyección, donde se culpan a otros de las propias faltas. En algunos casos, como el que aparentemente involucra a Mengolini, puede existir un autoengaño, una forma de creer la propia narrativa para proteger la imagen pública dentro de su "bando" en la grieta. A pesar del sufrimiento evidente, la admisión de un error parece un acto de traición en un contexto de polarización extrema. Desde mi perspectiva clínica, este ciclo vicioso alimenta un estrés crónico y una ansiedad debilitante. El dolor que experimentó Mengolini, aunque originado en parte por sus propias acciones, nos recuerda la fragilidad inherente a todos ante el ciberacoso.
El impacto devastador del ciberacoso
El ciberacoso es devastador y puede tener consecuencias trágicas. En 2024, conocimos el desgarrador caso de una adolescente que se quitó la vida tras la difusión de un video falso creado por sus compañeros. El estigma y la vergüenza la sobrepasaron, dejando una familia destrozada. En una conversación con Pedro Paulin, director de Newstad, la pregunta fue directa: "¿Alguien puede llegar a suicidarse por esto?". La respuesta, desde mi experiencia clínica, es un sí categórico, especialmente en individuos con vulnerabilidades preexistentes, inseguridades profundas o redes de apoyo insuficientes. El daño se extiende al entorno cercano, amplificando sentimientos de culpa e impotencia. A nivel clínico, el riesgo de desarrollar trastornos del estado de ánimo como la depresión o la distimia es significativo, tal como lo evidencian mi práctica y los datos de UNICEF. La proliferación de deepfakes, como los que afectaron a Mengolini, exacerba esta pesadilla, difuminando la frontera entre la verdad y la falsedad.
Un paciente de 23 años experimentó en carne propia el poder corrosivo del ciberacoso. Un video de YouTube de su época escolar, donde se lo tildaba de "vago", desató una paranoia que lo consumió. La creencia de ser constantemente vigilado lo llevó a conductas extremas como esmerilar ventanas y buscar cámaras inexistentes en respiraderos. "Ese video me rompió", me confesó con una angustia palpable. La exposición digital alimentó ideas delirantes, sumiéndolo en un laberinto mental peligroso.
Sanar el dolor y romper el ciclo
La terapia emerge como una herramienta fundamental para desarticular los pensamientos catastróficos inducidos por el ciberacoso. En casos severos, la medicación, como antidepresivos o ansiolíticos, puede ser necesaria para estabilizar al paciente y silenciar esa conversación interna tortuosa. Sin embargo, la escucha empática y el acompañamiento terapéutico son el núcleo del proceso de sanación: un espacio seguro donde el paciente puede nombrar su dolor sin temor al juicio. En mi práctica, he sido testigo de cómo pacientes han transformado la desesperación en fuerza a través de estos pilares.
Nuestra cultura de la "chicana" en la era digital necesita una profunda introspección. Mentir en las redes sociales no es un juego inocente; puede tener consecuencias fatales. El caso de Julia Mengolini es un claro ejemplo de estos riesgos: su propia mentira en 2023 sembró un ciclo de agresividad que terminó alcanzándola. Su dolor, paradójicamente, nos recuerda la vulnerabilidad compartida en este ecosistema digital. En la polarizada "grieta" argentina, hemos normalizado los linchamientos virtuales, pero la única vía de escape radica en asumir plenamente la responsabilidad de nuestras palabras y nuestros actos online. La verdadera resiliencia no consiste en resistir el próximo ataque, sino en elegir no perpetuar la espiral de violencia. En la era de la inteligencia artificial y la polarización, hacernos cargo del impacto de nuestro lenguaje digital es el único camino para construir puentes hacia la verdad y la salud mental colectiva.