A 70 años del bombardeo a Plaza de Mayo
El 16 de junio de mi abuelo Oscar

Especialista en políticas públicas, turismo y desarrollo local.

Una memoria familiar revive el horror del 16 de junio y el valor de defender la democracia sin manipulación.
Mucho de lo que sé sobre la historia argentina me lo enseñó él: nombres, fechas, hechos. A pesar de su vínculo estrecho con Perón, siempre logró ser lo suficientemente objetivo para contarme la historia (no SU historia) sino una descripción de sucesos, sin manipulaciones escritas por quienes ganan.
Desde muy chica, todos los 16 de junio me sentaba a su lado y me contaba sobre el bombardeo a Plaza de Mayo y cómo logró salir con vida. Por eso siempre recuerdo esta fecha. Fue un hecho que marcó su vida: estuvo al borde de la muerte, sin saber si regresaría a su casa. Además, tuvo que hacer su “retiro voluntario” de las Fuerzas Armadas a las que siempre sirvió, y a partir de allí comenzó su vida como civil.
Por aquella época, mi abuelo trabajaba en la Casa Rosada y vivía en el barrio porteño de Versalles. Hoy, Oscar tendría 112 años y aunque ya no está, recuerdo cómo comenzaba su relato:
“Yo estaba trabajando, como siempre, en mi escritorio, ubicado en el salón que tiene el balcón donde salen todos los presidentes a saludar” (siempre fue su orgullo contar la ubicación del escritorio, y vaya que lo es. Para quienes creemos en la democracia, a mí también me gustaría tener un escritorio junto a un balcón con tanta historia).
Continuaba:
“Esos días estaban tensos en la oficina. Recibimos visitas de varios tenientes y coroneles, muchas reuniones. Algo pasaba… para mí algo sabrían, pero a nosotros no nos decían nada, obvio. Escuchábamos las noticias... Ese día fui a trabajar como siempre, y pasado el mediodía empezó todo. Empezaron a caer las bombas sobre los techos. Mis compañeros y yo nos refugiamos bajo los escritorios, creyendo que nos iban a proteger de los pedazos de revoques que caían del cielorraso.
Vinieron corriendo a sacar al General, que estaba en su despacho presidencial al momento del ataque. Fue evacuado rápidamente al subsuelo del edificio. Quienes atacaron la Casa Rosada sabían que estaba allí; era su blanco. Todos estábamos muertos de miedo, nos obligaron a evacuar el edificio, pero no teníamos por dónde salir.
Era hora pico en el centro porteño, un día laboral común, y la Plaza de Mayo estaba repleta de personas que ya se movilizaban para apoyar a Perón frente a los rumores del golpe, que ya era un hecho.
Una vez que el General estuvo resguardado, nos bajaron también a nosotros. Teníamos dos opciones: quedarnos allí y esperar, o intentar salir de la zona a través de los túneles de la Línea A del subte. Y eso hice. No podía comunicarme con la abuela, no sabía cómo estaba ni el alcance de lo que pasaba. Junto con algunos compañeros decidimos emprender viaje y, desde el subsuelo de la Rosada, salimos por un túnel y terminamos caminando por las vías de la Línea A. Caminamos mucho, a oscuras, y salimos a la superficie en Caballito. Luego caminé por Avenida Rivadavia hasta llegar a casa, en Versalles. Llegué a la medianoche, agotado y asustado”.
Con los años me quedó la intriga sobre si esa conexión entre la Casa Rosada y los túneles de la Línea A existía. Consultando a colegas especialistas en transporte, confirmé que sí: bajo la Casa Rosada pasa un viejo túnel ferroviario construido entre 1912 y 1916 por el Ferrocarril Oeste, con entrada cerca de Puerto Madero y salida en Once, que corre paralelo, pero más profundo respecto a la línea A del subte. Fue pensado para unir el puerto con la estación de Once y, en algunos tramos, su techo es el piso de la Línea A, especialmente bajo Plaza de Mayo.
Existen mitos sobre salidas secretas en el Patio de las Palmeras que habrían permitido a Perón escapar durante el golpe de 1955, pero no hay evidencia. Hay relatos de galerías subterráneas coloniales que podrían haber conectado la Rosada con el Ministerio de Economía, pero fueron tapeadas en el siglo XX durante obras y no tienen conexión operativa hoy.
Me quedo con la historia de mi abuelo. Porque es concreta, vivida y honesta. Porque no responde a un libreto, sino a la memoria de alguien que estuvo ahí. Esta fecha me recuerda a él y cómo fui aprendiendo nuestra historia y el valor de la democracia. Mi trabajo y estudios me llevaron a releer este capítulo una y otra vez, desde distintas miradas y con diversas connotaciones. El 16 de junio me recuerda que el respeto a las instituciones no es una idea abstracta: es un compromiso real con la vida democrática.
Siempre habrá quien nos cuente una historia, y también alguien que la imponga. La historia debe ser contada con responsabilidad. No para quedarnos en el pasado, sino para aprender de él. Porque los intentos de imponer ideas por la fuerza, de silenciar al otro, de desconocer la legitimidad de los gobiernos elegidos, nos han dejado heridas profundas. Recordar no es abrir viejas grietas, es evitar repetirlas.