Una voz íntima a las puertas de un debut histórico
De Imola a Balcarce: el legado Fangio vuelve a rugir

Periodista

A horas del debut de Franco Colapinto en la Fórmula 1, Oscar “Cacho” Fangio revive la huella de su padre desde Mar del Plata. En diálogo exclusivo con Newstad, reflexiona sobre el esfuerzo, la memoria y la nueva generación del automovilismo argentino.
Este domingo, en el mítico circuito de Imola, el joven piloto argentino Franco Colapinto vivirá su gran bautismo de fuego: debutará en la Fórmula 1 con el equipo Williams. A sus 21 años, Colapinto se convertirá en el primer argentino en correr en la máxima categoría después de más de dos décadas. Para muchos, será solo una carrera; para los fierreros de alma, una emoción de esas que se guardan para siempre.
“Para los que somos fierreros, que nos represente un argentino es un orgullo muy grande”, dice Oscar “Cacho” Fangio en diálogo exclusivo con Newstad. Desde su casa en Mar del Plata, a sus 87 años, el hijo mayor de Juan Manuel Fangio habla con la serenidad de quien ha vivido de cerca la gloria, pero también conoce la dificultad de sostenerla. “Yo viví muy de cerca el rol de mi padre en el automovilismo argentino. Era otra época. Hoy llegar a la Fórmula 1 es muchísimo, no solo por el talento: hay que tener un equipo que funcione bien, una preparación integral, apoyo económico, sponsors. Todo eso que antes no existía.”
La voz de Cacho suena calma, sin grandilocuencias. Habla de Colapinto con admiración genuina. “Lo dejaron solo cuando corría en karting, lo que ha hecho es super meritorio. Hoy los equipos tienen escuelas que los preparan a todo nivel: físico, intelectual, emocional. Pero entrar ahí no es fácil. Hay muchos chicos talentosos en Argentina que no pueden acceder por falta de recursos. El sacrificio que hizo Franco tiene un valor enorme.”
A lo largo de la conversación, se entrelazan las memorias del pasado con la mirada esperanzada del presente. Cacho no se muestra nostálgico por el automovilismo en sí, sino por el reconocimiento que, según él, escasea en el país. “En Europa nombrás a Fangio y es como si ayer hubiera salido campeón. Lo tienen presente todo el tiempo. En cambio acá somos efervescentes… Nos emocionamos y después nos olvidamos. A los grandes se los recuerda cuando pasa algo muy trascendente. Como ahora, con el debut de Colapinto.”
Su padre, Juan Manuel Fangio, no necesita presentación, pero sí memoria. Fue campeón mundial cinco veces en los años 50, con marcas como Ferrari, Alfa Romeo, Mercedes-Benz y Maserati. Hasta la llegada de Schumacher, mantuvo el récord de títulos y sigue siendo considerado por muchos el mejor piloto de todos los tiempos. Pero según Cacho, ese legado se diluye: “Yo vivo en Mar del Plata y me paso preguntando cuándo van a hacer un museo para homenajear a todos los campeones de la ciudad. Nada. Es como que ya fueron. Y eso es duro, sobre todo para los que están vivos”.
A pesar de no haber tenido un camino fácil —ni en lo afectivo ni en lo profesional—, Oscar también fue piloto. Compitió en Turismo Carretera y en Fórmula 3. Participó de la Misión Argentina en las 84 Horas de Nürburgring en 1969, donde su padre dirigió al equipo de Torinos con el ingeniero Oreste Berta. Recuerda con admiración aquel circuito alemán lleno de precipicios, al que llamaban “el infierno verde”: “Era largo, angosto, con 168 curvas por vuelta. Lo corríamos de noche, con los faros derechos, sin ver las curvas. Mi padre, en un ratito, nos explicó cómo memorizarlo. Esa noche lo entendimos todo. Él había aprendido a correr en caminos de tierra, con gomas finitas, donde había que llevar el auto de costado. Era estudioso, recorría los circuitos en bicicleta, a pie, como fuera. Un tipo excepcional”.

Cuando se le pregunta qué le diría a Colapinto, su respuesta es clara: “Que lo que aprendió lo acompañe. Que se esfuerce paso a paso, como viene haciendo. Y que tenga esa cuotita de suerte que a veces hace falta. Hay momentos en que se necesita un 10%, otras un 100%. Pero si está bien preparado y el equipo lo acompaña, la suerte pesa menos”.
En cada palabra, Cacho Fangio transmite algo más que anécdotas. Habla desde un lugar íntimo, donde conviven el hijo, el piloto, el testigo de una leyenda. No se deja arrastrar por la nostalgia, pero tampoco por la indiferencia. Y al recordar a su madre, Andrea “Beba” Berruet —pareja estable de Fangio durante más de dos décadas y madre de su hijo mayor—, se permite un guiño. “Ella tenía mucho carácter. Lo ayudaba a bajar la presión. Lo cuidaba. Hasta le filtraba a las mujeres que se le acercaban”, dice entre risas.
El apellido Fangio pesa. Pero en manos de Oscar, no aplasta: conmueve. El inminente debut de Colapinto en Imola reactivó en él algo dormido. No es la épica del automovilismo lo que emociona, sino el orgullo de ver que todavía hay quienes se animan a representar al país, con esfuerzo, humildad y talento. Como su padre. Como Franco. Como tantos que, si tuvieran el apoyo que falta, también podrían volar.
“Esto es muy grande para el país. Franco nos devolvió la ilusión”, dice Cacho. Y aunque no lo diga con esas palabras, en su voz se escucha lo que late detrás de este momento: que el legado de Fangio sigue ahí, esperando el próximo motor que lo ponga en marcha.