Outside the box
De canas, egos y confesiones: la revolución del “hasta acá”

Periodista.
Mientras el mundo promueve el “más” (más jóvenes, más brillantes, más virales), crece un movimiento silencioso que abraza los límites como forma de libertad. Desde los zoomers que eligen misa, hasta quienes se animan a decirle basta a un narcisista (o a la tintura), la nueva adultez no busca destacarse: busca sostenerse.
Vivimos en la era del "más": más productividad, más juventud, más autenticidad, más visibilidad, más ganas de todo. Pero, como suele pasar, los extremos saturan. Y ahora, en medio del burnout colectivo, algunos están empezando a encontrar alivio justo en donde menos lo esperábamos: en los límites.
Desde los zoomers —ese grupo también conocido como Generación Z— que se bajan del tren del hedonismo y se suben al del rezo, hasta actrices que se dejan las canas, pasando por víctimas que cortan con vínculos tóxicos o intelectuales que se atreven a revisar sus certezas... el nuevo grito de rebeldía suena más a suspiro que a consigna: hasta acá.
Rezar es el nuevo rave
“Sin sexo, sin alcohol... y nos vamos a misa.” Así, sin ironías, se titula la nota de Julia Llewellyn Smith en The Times Magazine de Londres. Lo que retrata no es una secta, sino una tendencia: jóvenes entre 18 y 28 que eligen rezar, confesarse, comulgar. Algunos, después de años de ansiedad, encuentran en la fe una brújula. Otros, después de Tinder, prefieren la castidad.
Lejos de lo que el marketing espiritual esperaba, estos nuevos creyentes no van por moda ni por likes: van por una frontera que los contenga, por un no que les devuelva un sí más profundo. “Me cansé de fingir que todo estaba bien”, dice uno. Y eso, en tiempos de felicidad forzada, ya es un acto revolucionario.
Canas al viento y basta de fingir
La actriz Andie MacDowell, a sus 67, cuenta que dejarse las canas no arruinó su carrera: la volvió más poderosa. En The New York Times, la periodista Zoe Ruffner la entrevista en la nota “How to Go Gray Confidently” y rescata algo más que tips capilares: la idea de que envejecer no es un defecto a corregir, sino un estado a habitar.
“La transición no fue fácil: el pelo se quiebra, el espejo duda… pero después viene la paz”, dice. Y no está sola: la modelo JoAni Johnson, que debutó en pasarela a los 65, y la colorista Lena Ott coinciden en que abrazar el gris puede ser incómodo, pero también liberador.
En un mundo que impone la juventud como deber moral, dejar de teñirse es una forma de decir: hasta acá llego con el acting. Lo demás, que sea real.
Narcisistas: cómo poner el freno antes de chocar
En Time Magazine, el periodista Jeffrey Kluger hace una radiografía inquietante en su artículo “How to Deal With a Narcissist”. Entrevista a la psicóloga Amy Brunell, quien advierte que hay distintos tipos de narcisistas —el grandioso, el caritativo de cartón, el vulnerable— pero todos tienen algo en común: la incapacidad de registrar al otro como alguien real, con límites, con derecho a decir no.
La buena noticia: hay estrategias. La mejor, muchas veces, es cortar por lo sano. Porque el narcisista no cambia fácil (ni quiere cambiar). Y si uno no pone un freno, termina siendo su escenario.
Brunell lo dice sin vueltas: “Sentirse empoderado para poner límites es vital. A veces, lo más sano que podés hacer es no contestar ese llamado”.
Y si el equivocado soy yo…
Por otro carril, pero con el mismo fondo, va el ensayo de Arthur C. Brooks en The Atlantic, titulado “The Key to Critical Self-Awareness”. Ahí, el autor sostiene que una de las formas más elevadas de inteligencia emocional es saber que uno puede estar equivocado, y tener el coraje de cambiar de opinión.
No es fácil. El ego tiembla, la identidad se tambalea. Pero el que aprende a cuestionarse, dice Brooks, no se vuelve menos firme, sino más libre. “Las personas que pueden pensar en términos de ‘nosotros’ en lugar de ‘yo’ son más felices”, afirma.
Tal vez la madurez no consista tanto en afirmarse, sino en saber cuándo frenar.
La madurez como revolución
En un mundo que idolatra la expansión sin medida —en seguidores, en juventud, en certezas—, hay una revolución silenciosa en marcha: la de quienes eligen la pausa, el límite, la renuncia.
No es resignación. Es sabiduría.
Madurar, parece, no es inflarse: es saber dónde no ir, qué no callar, a quién no seguir, y también qué dejar ser. A veces, el “hasta acá” no marca el final… indica un mejor comienzo.