La tragedia desde una perspectiva brillante
El lujo de una vida común: una lectura personal de Cuesta abajo

Periodista.

El libro de Juana Libedinsky narra lo inenarrable con humor, estilo y una inteligencia que brilla entre las sombras. Un homenaje íntimo y sin solemnidades a su modo de vivir —y de escribir.
Conocí a Juana en la redacción de La Nación. Ella escribía sobre Cultura con un nivel que, a mí al menos, me resultaba entre deslumbrante y ligeramente intimidante. Siempre supo combinar lo intelectual, lo inalcanzable en apariencia, lo intrincado incluso, con lo coloquial, lo cercano, lo gracioso. Algo que quienes venimos del periodismo de escritorio conocemos bien: no es fácil hacer que lo difícil se entienda... y encima divierta.
Yo me ocupaba de manejar los contenidos de diarios, revistas y firmas internacionales. La cercanía de mi oficina con su sección, sumada al hecho de que trabajaba con una de mis íntimas amigas, nos fue acercando en muchas charlas dentro y fuera del diario. Juana era la anfitriona por excelencia: comidas memorables en su casa donde mezclaba a medio staff del diario con personajes fascinantes de la fauna porteña. Su carisma, su capacidad inagotable de seducción —en el mejor sentido del término—, y su habilidad para halagar sin empalagar hacían imposible no querer tenerla cerca. Canchera, graciosa, modesta, y muy muy culta. Aunque con brotes de superficialidad —admitámoslo— que ambas siempre disfrutamos sin culpa.
Por eso, cuando supe que había escrito un libro sobre el accidente gravísimo que sufrió su marido Conrado en Bariloche, imaginé que no sería un libro cualquiera. Y no lo es. Cuesta abajo (La Bestia Equilátera, 2024) logra una proeza extraña: hablar de una tragedia con elegancia, con ritmo y, sí, con humor. El libro arranca con un viaje de esquí familiar que termina en un instante absurdo y brutal: una caída en un fuera de pista deja a Conrado al borde de la muerte, con lesiones neurológicas gravísimas y un pronóstico desolador. Desde ese momento, Juana narra —día a día, golpe a golpe— el proceso de internaciones, incertidumbres, diagnósticos, recaídas y pequeñas victorias que van marcando un largo camino de recuperación. Pero lo hace a su manera. El dolor está, pero no empapa. Aparece dosificado, como si la autora supiera que el lector no podría digerirlo de golpe. Entonces lo intercala con pasajes de literatura, apuntes de tenis —una de sus adicciones más nobles—, anécdotas delirantes en clínicas, escenas de maternidad y detalles de moda y estilo que no se le escapan ni en el peor de los abismos.

Aunque el punto de partida del libro es el accidente de Conrado, Cuesta abajo no se queda ahí. Es un inventario de las tragedias cotidianas que Juana atraviesa con una entereza despojada de dramatismo. Casi no hay queja, ni lágrima, ni moraleja. No hay legado ni pretensión de iluminar a otros desde el sufrimiento. Ella misma lo aclara: no escribió esto para enseñar nada. Escribió porque la experiencia humana, cuando se cuenta bien, basta. Y en ese sentido, el libro es un acto de fidelidad a su estilo de siempre: seductor, agudo, descontracturado. La tragedia no se endulza, se sobrelleva con elegancia y una pizca de sarcasmo.
El libro no es sobre Conrado, aunque lo atraviese. Es, más bien, sobre lo que pasa alrededor de una tragedia cuando hay que seguir viviendo. En otro contexto y con otro tono, podríamos decir que él “resucita”. Pero Juana evita toda tentación mística, toda solemnidad espiritual. El milagro acá es otro: que se pueda seguir adelante sin dejar de ser quien se es.
Forbes Woman destacó que “Cuesta abajo se encuentra en las antípodas del melodrama: transita un terreno resbaladizo y sale airoso”.
Mientras que El ABC Cultural dijo: “La lucha de Libedinsky por cuidar a su esposo y lograr despertarlo de ese sueño oscuro es una odisea humana digna de leerse, porque nos hace reflexionar sobre el amor y sobre la ruleta rusa de la vida…"
Y aunque sé que a Juana no le gusta que la pongan como modelo de nada —mucho menos como una voz del bien con aureola editorial—, su capacidad de vivir con alegría, curiosidad, inteligencia y una inagotable energía de acción y decisión son, al menos para mí, rasgos iluminadores. Esas cualidades han conquistado y siguen conquistando a audiencias aquí y allá. Yo no puedo más que agradecer el lujo de nuestra amistad. Porque este libro, que parecería destinado a las lágrimas, no hace más que hacernos pensar, reírnos y contagiarnos las ganas del verdadero lujo: el de una vida común, vivida con toda la gracia que se pueda.