Consumo en caída libre
Cuando el vino dejó de estar en la mesa de todos

Sommelier.
Con precios que no paran de subir y malas estrategias, el vino argentino pareciera que se volvió una bebida de lujo. ¿Qué pasó con el ritual de abrir una botella en familia? Hacemos un repaso por las decisiones que alejaron a los consumidores y quebraron el sentido de pertenencia con las bodegas.
Seguramente con esto gane más críticos que seguidores, pero las cosas hay que decirlas como son.
Muchos en la industria del vino juegan a ser los buenos y los malos al mismo tiempo. Muestran las dos caras de la moneda según les convenga, y van cambiando las reglas del juego como se les da la gana. ¿Suena coherente? Puede ser. ¿Es justo? Para nada.
Lo más preocupante es que no les importa el consumidor fiel, el de siempre. Lo manosean sin vergüenza, y lo más triste es que muchos hacen la vista gorda: vinotequeros, sommeliers, influencers, medios y periodistas del vino se convierten, muchas veces sin querer, en cómplices temporales. Y no se dan cuenta de que también los están usando.
Y ahora que la industria está al borde del abismo, ¿nos preguntamos por qué? La respuesta es mucho más simple de lo que parece: se pasaron de listos.
Una crisis que se veía venir
La situación es crítica. Muchas bodegas, sobre todo las chicas y medianas, están al borde del colapso. Hay vinos que no rotan, los stocks están a tope, y los números no cierran. No entra dinero, no se vende, y encima ahora hay trabas para exportar a mercados clave como Estados Unidos. El combo es dinamita pura.
El consumo en Argentina tocó fondo: en 2024 se registraron en los primeros 9 meses apenas 12 litros per cápita, el peor número de la historia. Para comparar: en los años 70, estábamos cerca de los 90 litros por persona. Una locura. Está claro que resulta imposible volver a esos números.
Errores propios, en un contexto difícil
El país está complicado, pero no todo es culpa del contexto. La industria del vino también tomó malas decisiones:
- Se apostó fuerte al exterior y se descuidó al consumidor local.
- Faltó creatividad, estrategia y adaptación a los cambios de consumo.
- Se subieron los precios sin medida: listas nuevas con aumentos del 10, 15 y hasta 20% cada 20 días. Un delirio.
- Se rompió la relación calidad-precio. Vinos que antes eran símbolos de elegancia y disfrute, hoy dicen poco y nada.
Recuero lo que era tomarse un Saint Felicien hace 20 años atrás. era un lujo en la mesa. Hoy, es una etiqueta linda con un vino que no se parece en nada al de antes. Mi querido amigo Pedro es testigo de esto que les cuento. Muchos de esos vinos los tomamos juntos.
Entonces, mientras la alta gama crecía, los vinos de consumo diario quedaron olvidados. El resultado: muchos consumidores se bajaron del barco. Imposible entrar en la burbuja de esas etiquetas de $90.000 en adelante. Vinos de lujo para unos pocos.
El consumidor cambió, pero la industria no lo escuchó
Es cierto que la gente ya no toma tanto como antes. Se cuida más, come mejor, hace ejercicio. Los hábitos cambiaron y el vino no supo acompañar esa transformación. No así la cerveza que supo adaptarse y encontré un lugar con su opción de alcohol free.
Los jóvenes se pasaron a otras bebidas: gin, vermut, cerveza, whisky, ron, vodka... Mientras tanto, desde la industria del vino se lanzaron campañas con famosos que solo quedaron en video bonito para publicar en redes. Faltó cercanía, empatía, una verdadera invitación a sumarse a vivir la experiencia del mundo del vino. Esa bebida tan noble y placentera llena de vid-a.
Y lo más loco de todo es que el argumento de que "se consume menos pero mejor", es pura mentira. La realidad es que se consume menos, y mucho más caro. Está claro en las estadísticas y en los números oficiales.
El precio como barrera
Uno de los golpes más duros fue la inflación interna del vino. Aumentos sin justificación real, acopio, especulación, listas que cambiaban cada veinte días. Yo lo viví en carne propia, y fue un desastre. Eso destruye la confianza, aleja al consumidor y rompe la relación.
La clase media-baja quedó desbastada, que siempre fue una gran base y motor del consumo. ¿Y los jóvenes? También se fugaron. El vino dejó de ser cotidiano y se volvió, otra vez, algo de elite.
Y así volvimos a un viejo problema: el vino como símbolo de status, no como parte de la mesa diaria. Falsa popularidad, una vez más.
¿Hay esperanza? Claro que sí
Soy crítico, pero también soy optimista. Para salir de esto, hay que poner el foco donde siempre debió estar: en el consumidor local.
Hay que volver a acercar el vino a la gente. Hacerlo accesible, humano, real.
Proponer cosas simples: precios justos, financiamiento, envíos, atención personalizada. Crear experiencias. Apoyar a los pequeños productores, transparencia en la industria, penalizar a lo que globalizan todo, fomentar el turismo enogastronómico a precios locales y no solo para extranjeros.
Hay que hacer del vino algo que invite, no que aleje. Abrir espacios, escuchar ideas nuevas, sumar a los jóvenes, comunicar sin vueltas.
El vino tiene que volver a estar en la mesa de todos.
¡Chin Chin!