El sonido del alma
Cuando el Jazz volvió a sonar: del elitismo a la celebración popular

Sommelier.
Buenos Aires vuelve a ser escenario del maridaje entre un género que respira libertad y una ciudad que busca más música.
"El jazz es como el vino. Cuando es nuevo, es solo para expertos; pero cuando envejece, todo el mundo lo quiere". Steve Lacy (1934), instrumentista de jazz.
Hubo una época en la que escuchar jazz era casi una declaración de principios, como decir “yo soy de los que entienden”. Algo así como el vino en sus años más snobs: parecía que era solo para una élite cultural que hablaba en clave, que sabía de memoria qué saxofonista había tocado con quién en tal disco de Blue Note, y que decía “improvisación” como si fuera magia pura. Pero eso, por suerte, está cambiando. El jazz ya no es patrimonio de unos pocos: es ahora una celebración ATP, abierta, viva. Muchos lo amamos, todos lo pueden conocer y disfrutar.
Su origen, sin embargo fue bastante distinto. El jazz nace a fines del siglo XIX en Estados Unidos, parido por la experiencia afroamericana, entre el dolor del racismo y la necesidad de expresión profunda. Era grito, resistencia, libertad. Y con el tiempo, se sofisticó, sí. Pero nunca perdió el alma.
La huella argentina: entre el tango y las jam sessions
En nuestro país, el jazz echó raíces temprano. La primera banda se formó en 1914, y desde entonces convivió, y muchas veces charló, con el tango. En los años '50 y '60, Buenos Aires vivió una edad dorada donde ambos géneros eran protagonistas. Pero hacia los ‘80 y ‘90, el panorama cambió: muchos clubes cerraron, y la noche se rindió al rock y al pop. Eran tiempos duros para encontrar esos rincones de que cobijaban los sonidos que enamoran a los jazzeros.
Y sin embargo, todo vuelve. Como el vino, el jazz hoy vive un renacimiento. Se lo escucha en bares, festivales y terrazas. Ya no hace falta saber de armonía modal ni tener una copa carísima en la mano. Hoy, ambos, vino y jazz, se integraron a experiencias compartidas, sin etiquetas ni solemnidad. Una vez más, el todo fue más que la suma de las partes.
Un ejemplo emblemático es el Festival Internacional de Jazz de Buenos Aires, organizado anualmente por el gobierno porteño, que encabeza Valentín Díaz Gilligan desde el Ente de Turismo. Gratuito, abierto y con una grilla de artistas de todo el mundo, logró que miles de personas se acerquen a esta música sin prejuicios. El jazz dejó de ser culto y se volvió popular otra vez, como en sus inicios, como nunca debió dejar de ser.
Clubes míticos y nuevos templos del swing
No se puede hablar de jazz en Buenos Aires sin mencionar al legendario Jazz & Pop, primero en Chacabuco y luego en la calle Uruguay, cerca de la redacción de Newstad. Fundado por tres enormes músicos —Jorge González, Néstor Astarita y Gustavo Alessio—, fue escenario de noches inolvidables. En especial durante las famosas jam sessions, bautizadas en la jerga como “pizzas”, donde los músicos se subían sin partitura ni plan. Sólo intuición, oído y pasión. Ahí, dicen, ocurrían las mejores improvisaciones.
Hoy, esa llama sigue viva en espacios como el Bebop Club, en Uriarte 1658, Palermo. Proyecto del sommelier y empresario Aldo Graziani, combinando cocina de alto nivel, una carta de vinos envidiable y una programación que reúne a figuras locales e internacionales del jazz. Un verdadero templo moderno del género.
Una trompeta, una barra, un recuerdo
En otro rincón de Palermo, en el extinto The Blues Brothers Club, viví una de esas noches que no se olvidan. Estaba sentado en la barra, como tantas veces, cuando apareció Enrique Norris con su trompeta. Nunca lo había escuchado en vivo. Fue un momento revelador. Ese bar, que en sus últimos años se volvió referencia de la escena porteña del blues y el jazz, fue refugio de músicos de conservatorio y almas bohemias que convertían el caos nocturno de Buenos Aires en belleza pura. Eso es lo que falta hoy: más música en vivo, más escenarios para que los artistas puedan volar.
Grandes nombres, nuevas generaciones
Tuve el privilegio de escuchar a Wynton Marsalis en el Teatro Colón, en una edición del festival de la ciudad. Sí, Wynton, uno de los grandes trompetistas del mundo, tocando jazz en el Colón. Eso ya lo dice todo. Pero no hay que irse tan lejos para encontrar talento. En nuestro país brillaron leyendas como Oscar Alemán, Mono Villegas, Enrique Norris, Walter y Javier Malosetti, Luis Salinas. Y la tradición sigue con nombres como Yamile Burich, saxofonista salteña con una carrera sólida, intensa, que vale la pena descubrir.
Que siga sonando
Hoy, lugares como Prez, Thelonious Club, Virasoro Bar, Ser y Tiempo, Jazz Voyeur, entre otros, siguen sosteniendo la escena con pasión y constancia. En todos ellos, el jazz suena. Y mientras suene, Buenos Aires seguirá siendo una ciudad con alma.
Porque si hay algo que el jazz enseña, más allá del virtuosismo, es la belleza de lo irrepetible. Como una noche que no vuelve, como un solo que nace y muere en el mismo compás.
¡Que viva la música en vivo! ¡Que viva el Jazz!