El análisis internacional de una pelea con más ego que política
Cómo se ve desde afuera el show Trump-Musk

Periodista

Desde The Economist hasta El País, los análisis internacionales coinciden: esta guerra de millonarios no alteró el curso político, pero sí expuso quién tiene realmente la sartén por el mango en Estados Unidos.
Todo empezó con una “abominación repugnante”. Así definió Elon Musk el nuevo proyecto fiscal de Donald Trump. Fue el primer disparo en una guerra de millonarios transmitida en vivo y sin anestesia, donde lo que se rompió no fue solo una alianza, sino también el último resquicio de lo que podríamos llamar compostura.
Desde The New Yorker, Susan Glasser clavó la aguja: por más que Musk haya invocado al déficit, a los subsidios y hasta a Jeffrey Epstein, ninguno de sus misiles discursivos logró mover la aguja del debate en Washington. En un país donde el drama suele confundirse con sustancia, esta pelea fue puro decorado. Mientras tanto, el proyecto de ley seguía su curso legislativo. Como si los gritos de Twitter fueran apenas eso: gritos en una habitación insonorizada.
Jessica Winter, también en The New Yorker, elevó un poco el plano. Vio en este enfrentamiento un duelo entre riqueza sin mandato y poder institucional legítimo. Por ahora, quien tiene el micrófono del Estado gana. Es Trump, con su “bully pulpit”, su altar mediático, quien sigue marcando la agenda. Musk, aunque sea el hombre más rico del mundo y dueño de la red social que mejor amplifica su ego, no logra cambiar las reglas del juego: sólo puede quejarse de ellas.
Mientras tanto, Le Monde miró la escena con una mezcla de fascinación y perplejidad. Describió la escalada como “una violencia verbal rara”, con amenazas, insultos y giros teatrales. No le falta razón. En Francia saben de espectáculos, y esto se parecía más a una comedia de Molière que a una disputa ideológica. El millonario mimado contra el presidente reincidente, dos egos que no caben en el mismo feed.
El País, desde Madrid, fue más analítico: habló de ruptura pública, de juicio político, de traición. Pero entre líneas se percibía otra lectura: la de una elite política que se sigue reorganizando frente a un Musk que, lejos de revolucionar la política, se ha vuelto un personaje más del reality. Ya no es el outsider innovador, sino el multimillonario que juega a la guerra digital y termina atrapado en su propia red.
The Washington Post, más sobrio, se limitó a decir lo obvio: que Trump tiene la presidencia y eso, en la pelea, “cuenta más”. Y punto. Un análisis casi zen frente al barro dialéctico en el que chapoteaban los protagonistas.
The Economist, en cambio, se centró en las consecuencias económicas. Lo dijo sin rodeos: Musk perdió más de 150.000 millones en valor de mercado en un solo día. Un dato frío, brutal. Como un cachetazo de realidad. En la guerra entre narrativa y poder real, el Nasdaq no tiene piedad.
Todo esto mientras Trump daba entrevistas —como la que le concedió a NBC— asegurando que no piensa en Musk (“No estoy pensando en él en absoluto”, dijo mientras respondía preguntas sobre Musk por tercera vez en 24 horas) y advirtiendo que habrá “consecuencias graves” si el magnate financia a candidatos que desafíen a su equipo legislativo. Traducido: no toques a mis diputados si querés seguir lanzando cohetes.
En medio del fuego cruzado, hay quien no se ensució el traje y tomó nota en silencio. JD Vance, actual vicepresidente, evitó el barro y se mostró como figura de equilibrio: fiel a Trump, elogioso con Musk y prudente en cada palabra. Como escribió Katy Balls en The Sunday Times (“Trump v Elon Musk may deliver one true winner: JD Vance”), esa templanza podría valerle el premio mayor: convertirse en el “alquimista del MAGA” y emerger como el gran unificador de cara a 2028. Eso sí —advierte la autora—, no todos compran su moderación: hay quien duda si detrás del cálculo hay convicción real.
Pero más allá de este show recargado de egos, ¿qué queda?
Queda la constatación de que el poder real —el que regula contratos, firma leyes y mueve tropas— no se compra con posteos ni con satélites. Musk podrá tener la billetera, pero Trump tiene el timón. Y aunque ambos compartan un desprecio por las formas y una pasión por la grandilocuencia, uno sigue mandando desde la Casa Blanca, y el otro, desde un feed que cada día se parece más a un ring sin árbitro.
Lo más revelador de esta pelea no fue el volumen del escándalo, sino su impotencia. Mucho ruido, muchas cifras, muchas amenazas… y el sistema, simplemente, siguió andando.