Una mirada urgente a los vínculos digitales
Ciberbullying: cómo acompañar sin invadir

Periodista

La ONG Faro Digital explica por qué el acoso virtual duele más, cómo detectarlo y cómo estar presentes sin controlar.
Una burla en un grupo de WhatsApp. Un meme cruel que circula entre compañeros. Un mensaje hiriente en Instagram que no se borra, que se comparte, que vuelve. El bullying de hoy no termina con el timbre del colegio: sigue en los teléfonos, en las redes, en los chats. Y muchas veces, empieza ahí.
Desde 2015, la ONG argentina Faro Digital trabaja para iluminar esta realidad. Lo hace con talleres, investigaciones, campañas y capacitaciones en escuelas, redes y comunidades de toda Iberoamérica. Su campo de acción es claro: la vida digital cotidiana de chicos y adultos. Pero su meta es más ambiciosa: “Promover preguntas, abrir conversaciones y pensar nuevas formas de vincularnos en los territorios digitales”, explica Ezequiel Passeron, director de Educomunicación en la organización.
“Ciberbullying no es un problema virtual: es social e histórico”, agrega Milagros Schroder, la coordinadora de Educación. Lo que cambia son las herramientas, los formatos, los ritmos. Y también, los peligros.
Del recreo al feed: cómo opera el ciberbullying
El ciberbullying, dicen desde Faro Digital, es violencia sostenida entre pares —niños o adolescentes— que ocurre a través de medios digitales: redes sociales, videojuegos, transmisiones en vivo, foros o plataformas educativas.
¿Qué lo vuelve distinto —y más grave— que el bullying “analógico”? Su omnipresencia.
“No tiene horarios ni paredes: puede ocurrir las 24 horas, incluso dentro del hogar. Y su capacidad de viralización lo amplifica”, advierte Schroder. La violencia digital, además, deja huella: lo que se publica es difícil de borrar, y muchas veces se comparte de forma anónima.
Pero el rasgo más inquietante es otro: la normalización.
“El dolor ajeno se vuelve contenido. Una burla se viraliza como ‘chiste’. Una agresión se mide en likes”, explica Santiago Stura desde Faro. Así, la crueldad se vuelve entretenimiento. Y el respeto, una rareza.
No hay lugar seguro… si no hay cultura del cuidado
¿Dónde están los mayores riesgos? En todas partes. O, mejor dicho, en las plataformas donde pasan su día: WhatsApp, TikTok, Instagram, YouTube, grupos escolares. No hay un “lugar peligroso”, hay una lógica que habilita la violencia: la presión por encajar, la lógica del meme, el anonimato, la exposición permanente.
“El mayor peligro no es la tecnología. Es que nadie diga nada. Que nadie acompañe. Que naturalicemos”, dice Passeron. Por eso, para Faro Digital, la salida no está solo en instalar filtros, bloqueos o controles parentales. La clave está en construir presencia adulta significativa.
Cómo acompañar sin invadir
Según un estudio que la ONG realizó junto a SENAF, apenas uno de cada cuatro adolescentes recurre a un adulto ante un problema en Internet. La mayoría, calla. Y resuelve —o sufre— en soledad.
¿Qué pueden hacer las familias y docentes?
Preguntar sin juzgar (“¿Cómo te fue en internet hoy?” puede abrir puertas).
Estar presentes, no sólo vigilar (ver videos juntos, jugar, explorar).
Escuchar más que controlar.
Observar cambios de ánimo o aislamiento.
Construir normas en familia, no imponer reglas sin contexto.
“No se trata de espiar ni de controlar. Se trata de estar disponibles”, resume Schroder. “No alcanza con hablar de empatía si no entendemos que muchos chicos están creciendo en un entorno que los expone, los excede y los lastima”.
Educar en comunidad, pensar en red
Además del trabajo directo en escuelas y con familias, Faro Digital también impulsa campañas públicas, genera contenido en redes (ya tienen más de 50 mil seguidores) y participa en investigaciones con universidades locales e internacionales. Desde allí, siguen explorando las filosofías de la técnica que nos atraviesan.
“El futuro que imaginamos no es sin tecnología. Pero sí con vínculos más justos, cuidados y conscientes”, dicen.
A veces, lo que más necesita un chico no es que le pregunten qué pasó, sino que alguien se siente a su lado sin apuro. Que no expliquen tanto, pero que estén. Porque cuando todo parece público, fugaz y compartible, lo íntimo —ese espacio donde alguien nos mira de verdad— se vuelve urgente.