Cambio histórico
Chau Evo: el fin del populismo en Bolivia

/https://newstadcdn.eleco.com.ar/media/2025/10/evo.jpeg)
La victoria de Rodrigo Paz marca el cierre de dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo.
Por primera vez en la historia democrática de Bolivia, un candidato de derecha llega a la presidencia mediante un balotaje. Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), obtuvo más del 54% de los votos y puso fin a casi veinte años de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS). Su triunfo no solo representa un cambio de gobierno: es el síntoma de un cambio cultural y político profundo, donde amplios sectores populares se rebelaron contra el modelo populista y centralista de Evo Morales y sus sucesores.
El mensaje de las urnas fue claro: los bolivianos quieren dejar atrás la corrupción, el paternalismo estatal y el aislamiento internacional. El electorado apostó por una alternativa que promete “capitalismo para todos” y una descentralización real del poder. En palabras del propio Paz, se trata de “romper con el Estado tranca”, ese entramado burocrático y concentrador que absorbió el 85% del presupuesto nacional y paralizó a las regiones productivas.
El fin del ciclo populista y la herencia de Morales
El giro a la derecha no es casual: es la consecuencia inevitable de años de abuso, corrupción y desgaste institucional. Evo Morales gobernó Bolivia durante catorce años y convirtió el país en un laboratorio del populismo autoritario latinoamericano. Su paso por el poder dejó tras de sí una estructura corrompida, una justicia sometida y una economía sostenida más en el relato que en la realidad.
Bajo su mandato, el Fondo Indígena —creado para el desarrollo rural— se transformó en un mecanismo de desvío millonario de fondos. Se detectaron más de 150 proyectos pagados y nunca ejecutados, más de 2.000 implicados y un daño económico cercano a los 200 millones de bolivianos. Los dirigentes que se oponían eran desplazados; los que obedecían, premiados. Morales nunca fue condenado.
Su gestión combinó propaganda y ostentación. En 2014, mientras la pobreza rural se mantenía estancada, ordenó construir un nuevo Palacio presidencial por 36 millones de dólares, una torre de lujo con helipuerto que pretendía simbolizar “la fuerza del pueblo” pero que se convirtió en monumento al despilfarro. Las críticas, lejos de hacerlo reflexionar, fueron respondidas con insultos y acusaciones de “racismo” y “elitismo”.
También utilizó al Ejército como instrumento de culto personal. En 2016 se compuso un himno militar para “honrar la lucha” de Morales, y se intentó imponer su canto obligatorio en unidades castrenses. El culto a la personalidad llegó a extremos grotescos, mientras el país se hundía en escándalos de corrupción, denuncias de fraude electoral y represión a la disidencia.
Corrupción, poder y escándalos
Morales quiso perpetuarse en el poder a toda costa. En 2016 perdió un referéndum en el que el 51,3% de los bolivianos le dijo “no” a un cuarto mandato, pero un año después forzó al Tribunal Constitucional —controlado por el MAS— a habilitarlo igualmente. Así violó la voluntad popular en nombre de una supuesta “reelección democrática”.
Su círculo íntimo estuvo atravesado por episodios bochornosos. El caso Gabriela Zapata, una empresaria china vinculada a Morales, reveló un entramado de tráfico de influencias, contratos irregulares y mentiras personales que afectaron su credibilidad. A ello se sumaron las denuncias por terrorismo —al financiar revueltas durante su exilio en Argentina— y los señalamientos de haber mantenido relaciones con una menor de edad.
Nada de eso lo conmovió. Como ocurre con los caudillos populistas, Morales confundió al Estado con su persona, y a la política con una herramienta de impunidad. Su discurso de “liberación indígena” derivó en una casta de poder enriquecida, mientras los campesinos seguían esperando las promesas de 2006.
De la retórica socialista al fracaso moral
El “modelo Morales” terminó siendo una copia del viejo esquema castrochavista: concentración de poder, persecución a la prensa, control del Poder Judicial y alianzas con regímenes autoritarios como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua o Rusia.
La retórica de la justicia social encubrió negocios opacos, manipulación institucional y represión. Evo Morales se proclamaba defensor del pueblo mientras acallaba médicos en huelga, criminalizaba las protestas y manipulaba el Código Penal a su antojo.
Su salida del poder en 2019 fue tan abrupta como inevitable: perdió el apoyo del Ejército, huyó al exilio y dejó un país dividido, agotado y empobrecido. Su delfín, Luis Arce, intentó sostener el legado, pero terminó hundido en los mismos vicios de corrupción, estatismo e ineficiencia. La gente, finalmente, reaccionó: el 19 de octubre de 2025, Bolivia votó por dar vuelta la página.
Paz y la reconstrucción del orden republicano
El triunfo de Rodrigo Paz no es solo electoral: es moral e histórico. Simboliza el fin de una larga noche ideológica que confundió justicia social con privilegio político. El nuevo presidente encarna la posibilidad de reconciliar al país con la democracia, la institucionalidad y la libertad económica.
Paz propone una Agenda 50/50 para redistribuir el presupuesto entre el Estado central y las regiones, acabar con el centralismo asfixiante y devolver el protagonismo a las autonomías. Promete mantener de forma gradual los programas sociales, pero con transparencia, sin clientelismo. Y, sobre todo, apuesta por abrir Bolivia al mundo, recuperando los lazos con Estados Unidos, Europa y los países liberales de Sudamérica.
Un país que cierra un ciclo
Bolivia no solo elige a un nuevo presidente: elige dejar atrás el pasado. El mandato de Evo Morales fue el espejo de lo que ocurre cuando el populismo se disfraza de revolución y el Estado se convierte en botín. Su caída y el ascenso de Rodrigo Paz son señales de que la región empieza a reaccionar ante la decadencia de los proyectos autocráticos.
En un continente donde la corrupción y el relato populista parecían eternos, Bolivia vuelve a dar una lección: cuando la libertad despierta, los mitos se derrumban.
El futuro, esta vez, parece inclinarse del lado correcto de la historia.