Una marcha organizada para simular la épica perdida
CFK busca su 17 de octubre, pero sin balcón y con tobillera

Historiadora y Periodista

La expresidente Cristina Fernández intenta reeditar el 17 de octubre de 1945 con una movilización planificada.
La historia argentina no se entiende sin sus multitudes. Y mucho menos, sin sus plazas. A lo largo del siglo XX y del XXI, la Plaza de Mayo fue el escenario de irrupciones decisivas, desde la Revolución del 45 hasta el estallido social de 2001. Hoy, el peronismo vuelve a convocar allí a su militancia, esta vez para respaldar a la expresidente Cristina Fernández de Kirchner, detenida tras la ratificación judicial de su condena en la causa Vialidad. En su llamado, los organizadores no ahorran símbolos: buscan recrear la épica del 17 de octubre de 1945, cuando una masa obrera exigió —y consiguió— la liberación de Juan Domingo Perón. Sin embargo, aunque las imágenes puedan parecer similares, las diferencias entre ambas jornadas son profundas y reveladoras.
Un origen espontáneo frente a una movilización planificada
La marcha de 1945 fue, ante todo, una irrupción popular. En las primeras horas del 17 de octubre, miles de trabajadores comenzaron a dirigirse hacia la Plaza de Mayo desde los barrios y los suburbios. Lo hicieron sin conducción explícita, sin estructuras partidarias, sin aparato. Era una multitud genuina, nueva en la política institucional, que acudía a defender al coronel que había destacado desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Fue un acto de protagonismo social inédito: la clase obrera irrumpía como sujeto político y alteraba el curso de la historia.
En cambio, la movilización de este 2025 está cuidadosamente diseñada por el aparato del kirchnerismo. Desde la misma noche en que la Corte Suprema dejó firme la condena a Cristina Fernández, dirigentes como Máximo Kirchner, Wado de Pedro y Juliana Di Tullio comenzaron a coordinar una “gran marcha de lealtad”. Se convocó a intendentes, gobernadores, sindicatos, agrupaciones sociales. No hay irrupción ni espontaneidad: hay estrategia, aparato y una defensa militante de una figura condenada por corrupción.
El líder como promesa frente a quien ya fue
En 1945, Perón aún no era el líder hegemónico que sería luego. Había sido apartado del poder, pero conservaba legitimidad entre sectores del Estado y los trabajadores. Su vínculo con el pueblo se tejía en tiempo real: era una promesa en ascenso.
Cristina Fernández, en cambio, es una expresidente condenada y sin funciones públicas. Ya no representa una esperanza de futuro sino una defensa del pasado. Su liderazgo está marcado por escándalos, procesos judiciales y una imagen cada vez más cuestionada fuera del núcleo duro del kirchnerismo.
Una clase obrera en ascenso frente a una militancia rentada
En 1945, fue la clase obrera industrial —invisibilizada hasta entonces— la que se volcó a las calles. Hombres y mujeres que llegaban desde fábricas, puertos y talleres. Fue una irrupción histórica, un despertar político de los “sin voz”.
Hoy, quienes marchan son militantes formados y fogueados en la estructura del kirchnerismo. Agrupaciones con financiamiento, con presencia territorial y orgánica. No se trata de un movimiento que nace, sino de un espacio que intenta preservar sus privilegios. La movilización no representa a los postergados, sino a una élite partidaria en resistencia.
Una misma plaza, sentidos opuestos
El 17 de octubre de 1945 cambió la historia argentina. Fue el acto fundacional de un nuevo sujeto político y social. La marcha de este 2025, en cambio, es una muestra de encierro, de defensa cerrada frente al descrédito, de nostalgia por una centralidad política perdida.
Ambas movilizaciones se apropian del símbolo de la Plaza de Mayo. Pero mientras una fue una irrupción fundante, la otra es un eco defensivo. Mientras una gritaba futuro, la otra murmura resistencia. Mientras una nacía, esta parece ser el último acto de un ciclo que se apaga.
Ese 17 de octubre, miles de trabajadores desbordaron las calles, exigieron la libertad de Perón y la consiguieron. A las 23:10, el entonces coronel salió al balcón de la Casa Rosada y dirigió un discurso que quedaría grabado en la memoria colectiva: nacía un vínculo directo, emotivo y fundacional entre el líder y su pueblo. Hoy, en cambio, no hay balcón ni clamor auténtico, sino una escena repetida en busca de legitimidad perdida. La historia no se repite como farsa: se desgasta en su propia parodia.