Periodismo y política
Cambio de época: Blas Armando Caputo educó un militante del Destape

Periodista y Director de Newstad

Luis "Toto" Caputo respondió a la acusación del periodista Jon Eguier sobre sus ahorros en dólares. Acusación y pánico.
Acostumbrado a un estilo osado, irreverente, con cara desencajada y aspecto rockero, Germán Burgos marcó una época. Se le animaba a todos, creía que no existían los límites y desafíaba todo lo que se cruzaba, era un arquero distinto. Hasta que un día su suerte cambió, y en un entrenamiento le pegó una patada a Blas Armando Giunta, famoso por el cántico tribunero: “Giunta, Giunta, Giunta, huevo, huevo, huevo”. Tras recibir la patada, Giunta se fue al humo, se paró de frente a Burgos y le dijo: “Qué haces nene, ¿vos queres morir en este instante?”. Fue el final del osado e irreverente con pedido de disculpas incluido.
Jonathan Eguier no es periodista. Es militante del extinto campo popular cristinista y buscó posicionarse en los medios desde la pregunta incómoda a la política, algo que debería ser obligatorio en el periodismo. La tecnicatura del centro de estudios progresistas TEA con Fernando González entre otros ilustres no le alcanzó para evitar la reedición del histórico choque entre German Burgos y Blas Armando Giunta. A diferencia de Burgos, Heguier murió en ese instante, reculó en ojotas hasta el tropiezo y dijo entre balbuceos que no dijo lo que no quiso decir.

Luis Caputo explicó en conferencia el sistema por el cual los dólares de colchón podían ingresar al sistema para inversión, algo que se iba a anunciar antes del domingo, pero que se pateó para evitar que los anuncios de Manuel Adorni tuvieran conflicto de intereses con su rol de vocero / candidato. Habiendo ganado entonces, se enumeraron los cambios venideros. Heguier fue entonces por una pregunta más de las que el progresismo intenta posicionar para intentar tejer alguna narrativa que les permite no volver a perder en dos años. No lo logró.
Acusó directamente a través de una afirmación que Luis Caputo tenía dólares no declarados, lo que generó el asombro ministerial. Fue interrumpido inmediatamente, para dar paso al homenaje a la escena del entrenamiento de Burgos y Giunta: “lo que acabas de hacer es una falta de respeto, rectificate en este instante”, exigió Blas Armando Caputo. Lo que generó un silencio de magnitud en un ministro conocido por sus buenas formas y tono monocorde a la hora de explicar (no hay un mejor sucesor para Manuel Adorni que otro economista didáctico y de tono templado como Caputo).
Heguier no sólo no supo qué decir, se desdijo, se quedó sin palabras y dio por terminada la revolución. Una vez más. Parte del entramado de empresas de medios que existen porque el gobernador bonaerense, Axel Kicillof los financia, El Destape es parte de la telaraña de elementos de militancia que buscan posicionar un discurso progresista para hacer constantes paralelismos entre Javier Milei y Carlos Menem, la última dictadura, Hitler o lo que haga falta para volver a seducir a esa juventud maravillosa que hoy es esencialmente liberal y crítica del populismo.

Desde su departamento de avenida del Libertador, Roberto Navarro ordena sus empresas fundadas con protagonismo estatal y organiza grillas y estructuras militantes bajo el cascarón periodístico para apretar sin éxito al Gobierno. No es la primera vez, lo contó la revista Noticias en su momento, cuando aseveraban que cobraba pauta en negro de los políticos del kirchnerismo, es decir, coimas. Un empresario disfrazado de comunicador para cambiar el auto, esencialmente.
Navarro existe, porque existe la productora La Ñata donde metió hasta a sus hijos. Cobró más de dos mil millones de pesos de Buenos Aires. Sus medios no podrían existir si el estado no los financiara, por eso no es un medio, ni Navarro un empresario.
Tampoco es original el sistema, lo hace Jorge Rial según Luis Ventura, con las “cajas de alfajores” que llegaban a la radio con dólares, siempre según Ventura. También Nancy Pazos y Rosario Lufrano, que fueron rebotando de medio en medio con denuncias de coimas y maltrato. Son parte del ejército de reconvertidos que buscan sostener un nivel de vida de lujo a base de extorsión y apriete a un ecosistema político que los hizo millonarios y famosos siendo esencialmente brutos sin cultura general.
El periodismo se acostumbró a una premisa básica: teníamos derecho a decir cualquier cosa, de cualquier persona, en cualquier contexto, pero jamás nadie podía preguntarnos de dónde había salido esa información. El resguardo de las fuentes periodísticas fue el punta pie para la generación de un periodismo partidista y deshonesto, que quiso enmascarar su evidente militancia detrás de un cascarón de ejercicio honesto de la profesión que nunca sirvió para nada.

El populismo de Néstor, Cristina, Alberto y Sergio y buena parte de Juntos por el Cambio generaron literalmente miles de millones de dólares de auspicios para que hasta el más torpe del periodismo pudiera conocer Paris y vivir en un barrio cerrado como si fuera el heredero del imperio Blaquier. Así entonces, aparecieron personas como Roberto Navarro, un ex redactor raso de Página/12 que nunca había generado ruido, comprando medios, fundando otros, lanzando plataformas con empleados y estructuras que los que fundamos medios sabemos que es imposible de costear.
Jonathan es simplemente el leading case del cambio de época que pocos entienden, en especial los periodistas. Los últimos años del kirchnerismo, con Alberto Fernández y Sergio Massa, ya con Cristina Kirchner desconociendo sus huérfanos, fueron el Mundo Feliz que moldearon para una parte de la prensa. Supuestos periodistas con supuestos empresarios facturaron millones de dólares para travestirse y aplaudir hasta el más mínimo gesto oficial, y perdieron una vez más las elecciones.
Pocos días atrás, me reuní con YPF para pedirles un auspicio, y me volví con una sensación ambigua: como empresario un desastre, pero como argentino, contento. Me avisaron que la auditoría era dura, que el dinero del auspicio sería austero y que si las métricas no eran buenas, no pondrían más. Me quedé con la sensación de que empieza una etapa en la que el periodismo deberá entender que sin el estado se tiene que poder hacer mejor periodismo. Que la condición para ejercer no es la pauta. Sé que Newstad puede quebrar por el cambio de paradigma, pero es un riesgo que estoy dispuesto a correr.