Crisis interna y derrota histórica en la Ciudad de Buenos Aires
CABA ya no es PRO: derrota histórica y crisis de liderazgo

Periodista.

Con apenas el 15,93% de los votos, el PRO quedó tercero en CABA y enfrenta su mayor crisis desde su fundación.
El día de ayer marcó un punto de inflexión para el PRO, un partido que durante casi dos décadas había consolidado a CABA como su bastión inexpugnable. Los resultados, con el PRO relegado al tercer lugar con apenas el 15,93% de los votos, detrás de La Libertad Avanza (30,15%) y Es Ahora Buenos Aires (27,45%), no solo representan una derrota electoral, sino un cuestionamiento profundo a las estrategias, liderazgos y proyecciones del partido. Este revés histórico, en un territorio donde el PRO había gobernado sin interrupciones desde 2007, obliga a una reflexión urgente sobre el rumbo del partido, la renovación de sus cuadros y las decisiones estratégicas que deberá tomar de cara a las elecciones nacionales y la compleja batalla en la provincia de Buenos Aires.
El PRO llegó a estas elecciones con una campaña que, según sus propios líderes, estuvo marcada por agresiones, noticias falsas y una falta de conexión con los temas que preocupan a los porteños. Silvia Lospennato, figura central de la lista de Buenos Aires Primero, reconoció que los resultados no fueron los esperados y describió un escenario de campaña hostil, donde el partido no logró imponer su agenda. Jorge Macri, jefe de Gobierno, fue aún más crítico al admitir que la falta de diálogo interno y la división extrema dentro del partido jugaron un rol determinante en el fracaso. Ni hablar de la rivalización permanente contra Horacio Rodríguez Larreta, que abandonó el PRO con la intención de competir ahora para posicionarse de cara a 2027 con el fin de volver a la jefatura. Estas declaraciones reflejan un problema estructural: las estrategias diseñadas para esta elección, lejos de fortalecer la posición del PRO, expusieron sus debilidades. Es casi un resurgimiento de aquello que se vio en 2023, en donde las dos figuras principales del PRO (Bullrich y Larreta) se destrozaban uno al otro en una elección, mientras Milei y Massa se acomodaban tranquilos para el balotaje. Los análisis previos, que presumían una base sólida en CABA, subestimaron el impacto de la fragmentación del voto, especialmente con la salida de Larreta del partido y su candidatura independiente, que captó un 8,07%. La baja participación, con solo el 52,91% de los votantes, también sugiere una desconexión con el electorado, que no se sintió motivado a respaldar al partido que históricamente dominó la ciudad.
Esta derrota no puede atribuirse únicamente a factores externos. Los errores internos, desde la falta de un mensaje claro hasta la incapacidad de movilizar a los votantes, son síntomas de un partido que ha perdido el pulso de las demandas ciudadanas. Durante años, el PRO se apoyó en una maquinaria electoral bien aceitada y en la figura de líderes carismáticos como Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Sin embargo, el desgaste de esas figuras, combinado con la ausencia de una renovación generacional, ha dejado al partido en una posición vulnerable. Los votantes de CABA, tradicionalmente fieles al PRO, mostraron su descontento o apatía, optando por alternativas como La Libertad Avanza, que capitalizó el malestar general con un discurso disruptivo, o incluso por Es Ahora Buenos Aires, que logró consolidarse como una fuerza competitiva. Este escenario obliga al PRO a reconocer que sus métodos y liderazgos han quedado desfasados frente a un electorado que exige respuestas nuevas a problemas viejos.
La renovación de dirigentes y la incorporación de caras nuevas se presentan como una necesidad imperiosa. El PRO no puede seguir dependiendo de las mismas figuras que, aunque experimentadas, han perdido capacidad de convocatoria y solo persisten viejas rivalidades que son sacadas a la luz en la siguiente elección. La aparición de nuevos líderes, capaces de conectar con las generaciones más jóvenes y de articular un discurso que combine la gestión eficiente con una visión moderna, es esencial para recuperar terreno. La derrota en CABA debe ser un llamado de atención para que el partido abra sus puertas a talentos emergentes, que no solo representen una continuidad ideológica, sino que aporten frescura y creatividad a la hora de enfrentar los desafíos actuales. Sin esta renovación, el PRO corre el riesgo de quedar atrapado en una dinámica de declive, incapaz de competir con fuerzas que, como La Libertad Avanza, han sabido captar la atención de un electorado joven y desencantado.
A pesar de este traspié, el PRO aún tiene oportunidades para redefinirse en el escenario nacional. Las elecciones nacionales, que se avecinan en los próximos meses, representan una chance para corregir el rumbo, pero también un desafío mayúsculo. La provincia de Buenos Aires, un territorio históricamente difícil para el PRO, será el campo de batalla donde el partido deberá demostrar si es capaz de reinventarse. Allí, las opciones estratégicas son claras, pero ninguna está exenta de riesgos. Por un lado, el PRO podría optar por rearmar Juntos por el Cambio, la coalición que en el pasado le permitió competir con éxito contra el kirchnerismo. Esta alternativa implicaría negociar con socios como la UCR y la Coalición Cívica, superar las tensiones internas y construir un frente amplio que pueda enfrentar tanto al kirchnerismo como al ascendente La Libertad Avanza. Sin embargo, las divisiones dentro de Juntos por el Cambio, exacerbadas por la salida de figuras como Larreta, complican esta posibilidad. La falta de cohesión y los egos políticos podrían convertir el intento de reunificación en un esfuerzo fallido.
Por otro lado, el PRO enfrenta una propuesta tentadora pero peligrosa: la invitación de La Libertad Avanza para fusionarse en un frente común contra el kirchnerismo. Esta opción, que podría seducir a algunos sectores del partido por su alineación ideológica en temas como la reducción del gasto público y el rechazo al peronismo, plantea interrogantes sobre la identidad del PRO. Aceptar esta alianza significaría ceder terreno a una fuerza que, aunque en ascenso, tiene un estilo político disruptivo y poco estructurado, lo que podría alienar a los votantes moderados del PRO. Además, una fusión con La Libertad Avanza podría diluir la marca del PRO, relegándolo a un rol secundario en una coalición dominada por el liderazgo carismático de figuras como el mismo presidente, Javier Milei. La decisión de aliarse o competir con La Libertad Avanza será un dilema crucial, que pondrá a prueba la visión estratégica del partido.
La posibilidad de una fusión con La Libertad Avanza enfrenta un obstáculo significativo: el rechazo visceral de gran parte de la base electoral del PRO. Aunque algunos sectores podrían coincidir con el rumbo económico liberal que propone La Libertad Avanza, la composición de sus filas y su historial de relaciones con el PRO generan una profunda desconfianza. Muchos de los referentes de esta fuerza, incluidos algunos de sus líderes más visibles, tienen un pasado reciente como kirchneristas o han estado vinculados a políticas que el electorado del PRO repudia. Nombres como Daniel Scioli y el Nene Vera, por ejemplo, son emblemas de un kirchnerismo que los votantes del PRO han combatido durante años. Para los votantes históricos del PRO, aceptar una alianza con figuras que hasta hace poco defendían esas ideas sería una traición a sus valores fundamentales. Además, La Libertad Avanza ha roto todos los acuerdos previos con el PRO, sumando una falta de respeto permanente que ha envenenado cualquier posibilidad de acercamiento. Mauricio Macri, en una declaración reciente, fue contundente al respecto: “Sin respeto no hay acuerdo posible”. Esta postura refleja el sentir de una base que no solo rechaza el pasado kirchnerista de los libertarios, sino también su actitud beligerante y desleal hacia el PRO, lo que hace prácticamente inviable una alianza.
Este rechazo pone al PRO en una encrucijada aún más compleja. La dirigencia deberá escuchar a su electorado y evaluar si una alianza con La Libertad Avanza, marcada por la traición y la falta de respeto, vale el costo de alienar a su núcleo más leal. Las nuevas caras que surjan en el partido tendrán la tarea de articular un discurso que refuerce la identidad del PRO como una fuerza distinta, capaz de competir sin necesidad de compromisos que comprometan su credibilidad. La derrota en CABA y las decisiones que se tomen en los próximos meses definirán si el PRO puede recuperar su lugar como protagonista o si, por el contrario, quedará relegado a un rol secundario en un escenario político cada vez más polarizado. Tanto las dirigencias históricas como los líderes emergentes tendrán que actuar con audacia y claridad para evitar que el partido pierda su esencia en el intento de adaptarse a los nuevos tiempos.