La emergencia como sistema
Buenos Aires: décadas perdidas bajo el peronismo

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En el conurbano, la falta de planificación urbana se combina con la política del favor.
Una provincia atrapada en sus propias contradicciones
La provincia de Buenos Aires es el motor económico y político de la Argentina. Sin embargo, detrás de esa magnitud se esconde una realidad marcada por la fragilidad estructural: barrios que se inundan, servicios que colapsan, inseguridad en aumento y un aparato estatal más preocupado por administrar la emergencia que por prevenirla. Décadas de hegemonía peronista en la gestión dejaron como saldo un territorio que parece condenado a convivir con la vulnerabilidad.
Inundaciones: cuando lo previsible se transforma en tragedia
En Buenos Aires, cada lluvia intensa se convierte en noticia. Las imágenes se repiten: calles convertidas en ríos, autos arrastrados, familias enteras evacuadas, hospitales sin luz y escuelas cerradas. Pero no se trata de fenómenos imprevisibles. Las sudestadas, los desbordes de arroyos entubados y las precipitaciones torrenciales forman parte de la historia climática de la región. Lo que convierte a un fenómeno meteorológico en desastre social es la suma de infraestructura obsoleta, urbanización caótica, falta de planificación y ausencia de políticas de gestión del riesgo.
La tragedia de La Plata en 2013 es el ejemplo más brutal. En apenas cuatro horas cayeron más de 400 milímetros de agua. El saldo fue de 89 muertos confirmados y más de 2.200 evacuados. Los barrios de Tolosa, Villa Elvira, Los Hornos, junto a Ensenada y Berisso, quedaron bajo el agua.
Los informes posteriores fueron categóricos: la magnitud del desastre no se explicó solo por la tormenta. La falta de mantenimiento de arroyos como el del Gato, la ocupación indiscriminada de zonas anegadizas avalada por los municipios, el avance sin control del cinturón hortícola platense, la impermeabilización del suelo por invernaderos y cemento, el Código de Ordenamiento Urbano que permitió construir en áreas inundables y la basura acumulada en desagües nunca limpiados fueron factores decisivos.
En otras palabras, la catástrofe fue producto de años de mala gestión de gobiernos peronistas que jamás implementaron una política de prevención integral. No hubo controles, no hubo planificación y tampoco hubo reacción rápida: la falta de un plan de evacuación, de sistemas de alerta temprana y de coordinación entre provincia, municipio y Nación dejó a miles de bonaerenses librados a su suerte.
El desastre no fue “natural”: fue consecuencia directa de un Estado que eligió administrar la emergencia en lugar de invertir en prevención.
Clientelismo: la política del favor
Si las inundaciones muestran la fragilidad física del territorio, el clientelismo revela su fragilidad institucional. En el conurbano bonaerense, la ayuda social muchas veces llega no como un derecho, sino como un favor. Planes, bolsones de comida, colchones o chapas circulan a través de redes de punteros y mediadores que administran la pobreza como capital electoral.
El peronismo montó a lo largo de los años un sistema en el que la necesidad se canaliza por la política partidaria. Así, la pobreza no se combate: se gestiona. Lo que debería consolidar ciudadanía, termina reforzando dependencia. El voto se construye en la emergencia y la vulnerabilidad se convierte en el terreno fértil del poder.
Los académicos lo han mostrado con claridad: mientras los servicios universales como la salud y la educación se sostienen como derechos, los programas focalizados en los sectores más pobres se vuelven presa fácil de la mediación política. Y es allí donde los punteros garantizan presencia territorial a cambio de favores mínimos. No es casual que la foto más repetida tras cada inundación sea la de un dirigente peronista repartiendo colchones en lugar de un Estado que garantice infraestructura y previsión.
Emergencia como normalidad
En Buenos Aires, la emergencia se convirtió en rutina. Cada tormenta funciona como escenario para el mismo guion: funcionarios que prometen obras, intendentes que posan entre evacuados, punteros que organizan la ayuda. Mientras tanto, la infraestructura sigue igual de frágil y los barrios igual de expuestos.
El peronismo hizo de la emergencia permanente una estrategia política. La tragedia no desnuda al poder: lo alimenta. Cada crisis legitima el aparato que distribuye ayuda en lugar de derechos. Y así, década tras década, la provincia más grande del país sigue siendo también la más vulnerable a la hora de enfrentar fenómenos previsibles.
La hegemonía peronista dejó una herencia clara: una provincia que vive de la emergencia, que administra la pobreza como recurso político y que nunca se preparó para enfrentar lo que sabe que vendrá. En Buenos Aires, el agua no sorprende. Lo que sorprende es que, a pesar de todo, la historia siempre se repita.