Salud mental: un equilibrio frágil
Bipolaridad: más allá de los cambios de humor

Psiquiatra

La bipolaridad es un trastorno que puede transformar vidas. Dos historias y la esperanza de un buen tratamiento.
Cuando conocí a Paula en 2021, su voz temblaba al hablar. A sus 41 años, esta profesora de inglés de Belgrano, casada y madre de dos hijas, enfrentaba un nuevo episodio depresivo. “No logro el equilibrio, tengo muchas recaídas”, me dijo. Su bipolaridad, diagnosticada en 2011 tras un episodio postparto, se manifestaba en depresiones profundas, con insomnio, pensamientos oscuros y una tristeza que la paralizaba. “Contemplo mil formas de terminar con mi vida”, confesó. Pero también había momentos de aceleración: “Cuando salgo, siempre salgo muy acelerada”. El diagnóstico se complicó con la enfermedad de su madre, que padecía Alzheimer, un disparador que la hundió aún más.
Juan Pablo, de 34 años, llegó en 2024 con una historia más severa. Abogado desocupado, su bipolaridad, diagnosticada en 2017, había evolucionado con síntomas psicóticos y rasgos narcisistas. “Tengo charlas imaginarias con mujeres, escenas ficticias”, me contó, describiendo delirios que lo atrapaban por las noches. Su familia, preocupada, narró cómo había pasado de ser un joven exitoso a alguien que no podía mantener un trabajo ni aceptar su enfermedad. A pesar de su diagnóstico, mantenía una capacidad intelectual intacta, aunque su falta de introspección y su comportamiento impulsivo complicaban su día a día.
En el lenguaje coloquial, “bipolar” se usa para describir a alguien que cambia de opinión o humor rápidamente. Pero el trastorno bipolar, según el DSM-5, es mucho más complejo. Se caracteriza por episodios de manía o hipomanía —euforia, hiperactividad, insomnio, pensamientos acelerados o conductas impulsivas— y episodios depresivos —tristeza profunda, fatiga, pensamientos suicidas—. Paula vivía depresiones severas con pensamientos oscuros, pero sus fases “para arriba” eran más leves, con hiperactividad y desinhibición. Juan Pablo, en cambio, enfrentaba manías más intensas, con delirios y violencia, y depresiones que lo sumían en angustia y soledad.
El diagnóstico clínico requiere identificar estos ciclos, descartando otras causas, y evaluando el impacto en la vida diaria. En casos leves, los episodios pueden ser manejables con apoyo, permitiendo a la persona mantener sus responsabilidades. En casos graves, los síntomas psicóticos y la falta de introspección complican el tratamiento, afectando profundamente las relaciones y la estabilidad. La psicoeducación es clave: tanto para los pacientes como para sus familias, que a menudo enfrentan un sufrimiento profundo al intentar comprender y acompañar a sus seres queridos en estos altibajos emocionales.
A pesar del dolor, hay esperanza. Con un buen tratamiento, las personas con bipolaridad pueden lograr una calidad de vida plena. Esto incluye estabilizadores del ánimo, antipsicóticos para controlar las fases maníacas, y, en algunos casos, antidepresivos —siempre con cuidado por el riesgo de un switch maníaco, que puede desencadenar un episodio de manía—. Más allá de la medicación, la terapia y los grupos de apoyo, como los que Paula encontró en FUBIPA, son fundamentales. Ella logró estabilizarse, retomar su trabajo y disfrutar de viajes familiares. Juan Pablo, aunque con más dificultades, encontró calma en talleres y actividades que lo reconectaron con su entorno.
La bipolaridad no es un cambio de humor pasajero; es un trastorno que merece comprensión y apoyo. Como médico, vi el sufrimiento de Paula, Juan Pablo y sus familias, pero también su fortaleza. Con el tratamiento adecuado, pueden recuperar su vida. No están solos: hay un camino hacia la estabilidad, y lo pueden recorrer.