Argentina, tierra de ídolos y motores
El automovilismo, esa pasión que nunca se apagó

Periodista.

Con Franco Colapinto en la F1, se renueva una mística popular que nació con Fangio y late en cada autódromo del país.
Argentina ama el deporte. Tal vez, sea una de las escasas circunstancias (sino la única), que una el sentimiento popular de una sociedad partida al medio en tantos otros temas. La revolución del festejo mundialista de Qatar fue una expresión de felicidad de una nación que sorprendió al mundo. Diego Maradona, Leo Messi, Emanuel Ginóbili, Carlos Monzón, Luciana Aymar, Guillermo Vilas, Juan Manuel Del Potro, Gabriela Sabatini, Roberto De Vicenzo, entre otras estrellas históricas, sintieron el acompañamiento permanente de los fans argentinos. Ni que hablar de Juan Manuel Fangio, José Froilán González o Carlos Reutemann, los más destacados en la Fórmula 1. Si hasta nos pusimos la camiseta de Esteban Tuero, Norberto Fontana y Gastón Mazzacane y nos encantaban los ruidos de los autos que volaban en el Autodrómo de Buenos Aires en la mitad de los 90. Es tiempo ahora de Franco Colapinto, nuestro nuevo furor.
En un país que se desvive por sus ídolos deportivos, el automovilismo puede colgarse claramente la medalla de ser la segunda actividad deportiva más importante del país. Lo de Fangio ya es un hecho histórico, épico, tal vez inalcanzable para siempre, con sus cinco títulos en la máxima categoría en la década del 50. Fue tan grande el nacido en Balcarce, que los logros de Froilán González (dos victorias, 15 podios) y Reutemann (12 triunfos, 45 veces entre los tres primeros) parecen menores. A la distancia, son impresionantes. Juan Manuel es parte de la historia del mundo de los autos, como la velocidad está en la sangre de los argentinos: cada fin de semana, se disputan tanto competencias profesionales -el Turismo Carretera es la categoría top del país- como cualquier carrera en cada rincón del país.
Colapinto volvió a despertar entonces una pasión que existe desde siempre, pero que en la F1 se estaba extinguiendo. Mazzacane se había subido a uno de sus autos en 2001 y hubo que acostumbrarse entonces a mirar los Gran Premio sin el sentimiento de alentar a un compatriota. Las nueve carreras de Franco en 2024 lo cambiaron todo de nuevo. Miles de argentinos lo siguieron por televisión y otros se animaron a acompañarlo por el mundo.
A veces se dice que el automovilismo es un deporte elitista. Incorrecto. Es caro, sí, pero sus raíces provienen de las más diversas clases sociales. El polo, el golf y el rugby, por ejemplo, son realizados mayormente por personas con mayor caudal económico. En el deporte motor, los pilotos, salen de todos lados, y los fans llegan a los autódromos con las heladeritas, el chori y la hamburguesa. Eso sí, mientras más se escala, más presupuesto se necesita y hay que salir a buscar los patrocinantes. De ahí puede resultar la confusión.
El pibe de Pilar, en el norte de Buenos Aires, carismático, entrador, desenvuelto, volverá a las pistas de la F1. Pocos tienen esa suerte. En lo deportivo, naturalmente por su inexperiencia, tuvo altibajos, pero fuera de las pistas, fue un boom. Tiene todo para sumarse a esa lista de notables de nuestro deporte. Pero, por ahora, no nos apuremos, solo disfrutémoslo. Nos llevó casi medio siglo ver a otro argentino en ese mundo. Vamos nene, vamos Franco.