La tragedia impune
AMIA: a 31 años las fotografías del horror


A 31 años del atentado, las fotos siguen siendo testimonio del dolor y la impunidad en la Argentina.
El 18 de julio de 1994, una explosión destruyó la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en pleno centro de Buenos Aires y dejó una herida profunda en la historia del país. Con 85 muertos y más de 300 heridos, se convirtió en el atentado terrorista más letal en suelo argentino. A 31 años de aquella mañana, no hay condenados. La causa, minada por irregularidades, encubrimientos y negligencias, sigue estancada. El dolor no ha cesado y la justicia aún no llega.

Ese día, las calles del barrio de Once se convirtieron en un escenario de horror. Entre los primeros en llegar estuvo el fotógrafo Julio Menajovsky. Trabajaba a pocas cuadras de la AMIA, y al oír el estruendo comenzó a caminar hacia el lugar de la tragedia. No corrió: intuía que lo que iba a encontrar no sería fácil de procesar. “Sabía que me iba a encontrar con algo que no iba a ser agradable”, relató en una entrevista realizada en 2023. Al llegar, la escena era desoladora: ambulancias que iban y venían, personas heridas y en shock, y una montaña de escombros donde antes había un edificio.

Con la cámara colgada al cuello, Menajovsky registró lo que pudo, como pudo. Años más tarde confesaría que se sintió completamente desprovisto de herramientas para enfrentar semejante magnitud del horror. “Me agarró absolutamente desnudo de herramientas para saber cómo se fotografía eso”, reconoció. Durante mucho tiempo creyó haber fracasado como profesional, por no haber tomado distancia, por haberse dejado llevar por la emoción. Pero esas fotos, tomadas desde el desconcierto, terminaron por convertirse en parte de la memoria visual de uno de los episodios más dolorosos de la historia argentina.

Las imágenes captadas por Menajovsky se reprodujeron en diarios, archivos, exposiciones y redes sociales. Se volvieron símbolo, testimonio y llamado. No son simples registros periodísticos: son fragmentos de una verdad insoportable. En 2019, al cumplirse 25 años del atentado, el fotógrafo presentó la muestra Veinticinco, que fue exhibida en Buenos Aires, Nueva York y París. Allí se reencontró con personas que había fotografiado sin conocer.

A 31 años del atentado, aquellas fotografías siguen tan vigentes como entonces. Nos devuelven el grito ahogado de un país que fue sacudido hasta el alma. Nos obligan a mirar de frente una verdad incómoda: que no ha habido justicia. Que el paso del tiempo no ha sido sinónimo de reparación. Que las preguntas fundamentales —quién, cómo, por qué— siguen sin respuesta.

La AMIA no es solo una tragedia del pasado. Es una herida abierta en el presente. La impunidad que rodea el caso no solo ofende a las víctimas y sus familias; también erosiona la confianza ciudadana en las instituciones. Cada año sin avances, cada expediente archivado, cada maniobra para evitar que se sepa la verdad es una forma de revictimización.
Menajovsky lo dijo con claridad: la fotografía no impone sentido, sino que lo recibe de quien la observa. Por eso sus imágenes nos conmueven todavía. Porque seguimos mirándolas, porque siguen interpelándonos. Nos preguntan qué hemos hecho, qué no hemos hecho, qué seguimos tolerando.

Hoy, a más de tres décadas de aquella mañana atroz, no se trata solo de recordar. Se trata de no aceptar la impunidad como destino. Se trata de exigir —una vez más— justicia. Porque mientras haya quienes callen, tergiversen o encubran, habrá también quienes levanten la memoria como bandera. Las fotos están ahí, como testigos incansables. Y nos recuerdan, cada 18 de julio, que la historia no está cerrada. Que aún falta lo más importante.