Tradición vitivinícola
¡Al gran pueblo argentino salud!

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Cada 24 de noviembre, todos levantamos la copa para honrar al vino argentino como bebida nacional. Una fecha que reconoce su valor histórico, económico y cultural, y que reafirma el lugar del vino en la mesa, en la memoria y en el corazón de todas las familias argentinas.
Solemos enaltecer a un montón de personajes de la cadena productiva: ingenieros agrónomos, cosechadores, personal de bodega, enólogos, productores, empresarios, bodegueros, vinotequeros, influencers, enoturismo, sommeliers, periodistas, críticos… pero creo que muchas veces nos olvidamos de un eslabón tan importante como todos ellos: el bebedor. Sí, el consumidor. Ese que funciona como un verdadero paladín de cada producto que aparece en góndola o sale al mercado. Porque, sin muchos de ellos, varios ladrillos de esta pared se vendrían abajo.
En cierto punto se suele decir que los productos “nacen” a partir del consumidor. Hoy no creo que sea así, y tampoco digo que así deba ser. Lo que sí creo es que vale la pena reconocer el rol del bebedor serial, ese que tantas satisfacciones nos da. Es el primer crítico al que deberíamos escuchar, esté formado o no, y también entender que su devolución ayuda enormemente a la industria. Básicamente actúa como un complemento silencioso en toda la cadena. Casi anónimos, logran que un vino resalte y llegue a miles de lugares, miles de mesas y, lo más lindo, a miles de corazones. Muchas veces son los que difunden y recomiendan nuestros vinos.
En fin: gracias a todos nosotros, que seguimos apostando a beber con el mismo anonimato de siempre, más allá de las pavadas que subamos a las redes.
El vino es un todo. Es un concepto propio de nuestra cultura, es profundamente federal y tiene un enorme sentido de pertenencia. El vino es familia. Son las mesas de los domingos con mi abuela Margarita sentada en la cabecera y todos sus nietos alrededor. Es mi viejo cocinando con una botella de tinto al lado. Son esas noches eternas con el fuego encendido celebrando con amigos. Son los miles de asados, las reuniones, los viajes por el país o por el mundo. Es la cultura del trabajo. Son las horas bajo el sol, la lluvia, la nieve, el viento, el granizo y todo lo que el clima decida. Pero el vino también es tierra y sol; es alegría, disfrute, oportunidades y amistad. El vino es simpleza y complejidad, depende la circunstancia.
El vino es legado, responsabilidad, esfuerzo, tradición y futuro. Miremos todo esto como algo integral, que nos atraviesa desde una mirada 360°, y no dejemos que las políticas contaminen algo tan genuino y cultural. Es patrimonio nuestro gracias a las tradiciones de miles de personas y de lugares que lo convirtieron en un sello 100% argentino. En eso también vale la pena brindar.
Todo comenzó un…
La fecha nace del Decreto 1800 del 24 de noviembre de 2010, que declaró al vino como bebida nacional, un gesto político y cultural que buscó reconocer el rol de la vitivinicultura como motor económico, símbolo de arraigo y pieza central del entramado social de las provincias productoras. Tres años más tarde, en 2013, el Congreso reafirmó el camino con la aprobación de la ley que consolidó esta declaración.
El Día del Vino no es una simple fecha en el calendario. Es una jornada que convoca a celebrar y disfrutar. Nos abre de par en par la puerta a repasar nuestra historia, valorar el trabajo de miles de familias y reconocer el vínculo afectivo que los argentinos tenemos con esta bebida que supo evolucionar, reinventarse y empezar a conquistar el mundo sin perder su identidad.
En Argentina, el vino siempre fue más que un cultivo: fue una manera de poblar el desierto, de generar comunidad y de construir una cultura del esfuerzo. Mendoza, San Juan, Salta, La Rioja, Río Negro, Neuquén , Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, entre otras regiones, han logrado a lo largo de los siglos una trama de historias familiares, inmigración, innovación y nuevas generaciones en proceso de transformación.
El país logró convertirse en uno de los epicentros vitivinícolas más importantes del hemisferio sur. Desde los oasis de altura del Valle de Uco hasta los viñedos extremos del NOA, desde la tradición cuyana hasta la nueva energía y propuesta patagónica, muchas veces extrema, cada región imprime un carácter único que convierte al vino argentino en un mundo super diverso y fascinante.
Y esa diversidad de que les hablo no es solo geográfica, es más bien humana. Detrás de cada botella hay decisiones, riesgos asumidos, cambios tecnológicos, modas que fueron y vinieron, y un compromiso permanente con la calidad. Eso no se tiene que negociar. El vino argentino no se explica sin sus protagonistas, ni sin el legado de quienes apostaron por nuestra industria y bebida nacional. Son los miles de jóvenes que apuestas por innovaciones y una pincelada de frescura a la hora de pensar la vitivinicultura.
El vino refleja muchos valores bien argentinos: la paciencia, la resiliencia, la creatividad, la diversidad, los valores y el vínculo cercano con la tierra. Y, sobre todo, representa el diálogo entre tradición e innovación, un rasgo cada vez más evidente en las nuevas camadas de productores que exploran alturas extremas, variedades poco conocidas, prácticas sustentables y estilos modernos. No tenemos que olvidarnos de donde venimos pero tampoco ser sumisos en el como y hacia donde queremos ir.
En fin gracias a todos los que son parte desde el lugarcito que les toque y a seguir adelante tirando siempre todos para el mismo lado.
¡Salud por el vino argentino! Y salú por quienes lo elijen todos los días.
¡Chin Chin!
