Cuando pensar estaba prohibido
Adoctrinamiento infantil: la receta que usaron fascistas, nazis y peronistas

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De Mussolini a Perón: la manipulación de la infancia como estrategia para asegurar lealtades futuras.
La infancia debería ser ese tiempo de jugar, aprender y descubrir el mundo a tu manera. Pero cuando la política mete la mano, ese mundo se achica y todo empieza a girar en torno a un solo mensaje: pensar como “ellos” quieren que pienses. A lo largo del siglo XX —y también antes y después— distintos gobiernos y dictaduras se dieron cuenta de algo inquietante: si querés que una idea dure, plantala en la cabeza de los chicos. Ahí crece más fuerte que en ningún otro lado.
Lo hicieron Mussolini en Italia, Hitler en Alemania, Stalin en la Unión Soviética, Mao en China… y, por supuesto, también lo hizo el peronismo en la Argentina. Todos con sus diferencias, pero con un objetivo común: moldear a la nueva generación para que no cuestione, para que repita.
Mussolini y la infancia de uniforme
En la Italia fascista, Benito Mussolini no solo quería adultos obedientes: quería “pequeños fascistas” desde la primaria. Así nació la Opera Nazionale Balilla, una organización juvenil donde los chicos iban con uniforme, saludaban con el brazo extendido y aprendían historia “a la manera del Duce”: Roma imperial como ejemplo, Mussolini como salvador.
No era solo en la escuela. También controlaban el tiempo libre: campamentos, desfiles, deportes… todo pensado para que los chicos no tuvieran espacios fuera del alcance del régimen.
Hitler y la lealtad sin preguntas
En la Alemania nazi, la Juventud Hitleriana (y la Liga de Muchachas Alemanas para las chicas) fue un paso más allá. No era solo disciplina: era sembrar la idea de que había razas superiores y enemigos que merecían ser eliminados. Los cuentos, las canciones, los juegos… todo hablaba de la pureza aria, del sacrificio por la patria y de la grandeza del Führer.
La meta no era que obedecieran por miedo, sino que creyeran que todo aquello era correcto, casi sagrado.
Stalin, Mao y el enemigo en casa
En la URSS de Stalin, los Pioneros inculcaban amor al Partido Comunista y la idea de que cualquiera podía ser “enemigo del pueblo”. Había chicos que denunciaban a sus propios padres si escuchaban algo “incorrecto”. En la China de Mao, durante la Revolución Cultural, los niños memorizaban frases del “Libro Rojo” y participaban en actos públicos de humillación contra supuestos traidores.
El caso argentino: la infancia peronista
Como admirador del Duce, Perón no se quedó atrás. Durante sus primeros gobiernos (1946–1955) impulsó un intenso adoctrinamiento juvenil a través de la educación, la propaganda y el Estado, con el fin de consolidar su ideología y asegurar la lealtad de las futuras generaciones.
El sistema educativo fue utilizado para exaltar la figura del líder, promover los ideales del justicialismo y moldear las mentes infantiles bajo una cosmovisión oficialista. Una de las características más notorias fue el culto a la personalidad en torno a Perón y Eva Duarte. Desde los manuales hasta los actos escolares, Perón era presentado como el “protector de los niños” y Evita como la “madre espiritual de la patria”.
Un ejemplo emblemático fue el manual La razón de mi vida, de Eva Perón, convertido en lectura obligatoria en el nivel secundario. El texto, con tono emocional y propagandístico, exaltaba a Eva y denigraba a los opositores, promoviendo una visión maniquea de la política nacional.
El gobierno creó el Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET), fundó escuelas-fábrica e impulsó una expansión educativa. Pero esta estuvo acompañada de control ideológico: se retiraron libros “contrarios” al peronismo y se promovieron textos alineados con el discurso oficial.
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Los docentes debían declarar lealtad al gobierno. Quienes se manifestaban en contra eran sancionados, desplazados o directamente expulsados del sistema. Los actos escolares incluían juramentos a Perón, desfiles en honor a Eva, y los edificios escolares eran rebautizados con sus nombres. Las aulas exhibían retratos de ambos, y los discursos oficiales se retransmitían por altoparlantes en horario escolar.
La Fundación Eva Perón, a través de becas y hogares, captaba a niños en situación de pobreza, enseñándoles lealtad al régimen. También se creó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), para fomentar el activismo juvenil en los colegios.
La universidad tampoco quedó al margen. A través de leyes como la 13.031 (1947) y la Constitución de 1949, se estableció que las universidades debían afirmar la conciencia nacional e inculcar formación política obligatoria. Ya en 1974, con la “ley Taiana”, se profundizó esta orientación, exigiendo que las universidades promovieran una conciencia nacional y popular y crearan materias como La realidad nacional del Segundo Plan Quinquenal.
Este adoctrinamiento, inspirado en modelos autoritarios como el fascismo italiano, no solo buscó modelar la conciencia de niños y jóvenes, sino apropiarse del futuro político y cultural de la Argentina. Bajo la apariencia de una expansión educativa, se tejió una estructura simbólica y material para consolidar el poder personalista, neutralizar a la disidencia y formar generaciones leales a una única doctrina.
El saldo fue profundo: aulas convertidas en templos de veneración política, pensamiento crítico relegado y una cultura donde la lealtad partidaria se confundía con la identidad nacional.
La receta que se repite
Más allá de las banderas y discursos, todos estos sistemas usaban las mismas herramientas:
- Cambiar lo que se enseña: reescribir la historia, censurar autores, fabricar héroes a medida.
- Controlar el tiempo libre: clubes, colonias, actividades “voluntarias” que en realidad eran obligatorias.
- Crear rituales: saludos, uniformes, cantos, desfiles… para reforzar la identidad del grupo.
- Cerrar las ventanas: evitar que llegue información que contradiga el relato oficial.
- Jugar con las emociones: amor al líder, miedo al enemigo.
Y después… ¿qué queda?
Los chicos que crecieron así muchas veces llegaron a la adultez convencidos de lo que les enseñaron. Algunos lo cuestionaron con el tiempo, otros lo defendieron hasta el final. Pero en todos los casos, la huella estaba.
La lección que nos deja la historia es que cada vez que un gobierno intenta “apropiarse” de la infancia, no está pensando en los chicos: está pensando en su propio futuro político. Y eso puede costarle al país décadas de atraso e injusticia, como impuso el peronismo en nuestra historia.