Aniversario
24 de marzo: Menem y una oportunidad perdida

Coordinador general de La Carlos Menem.
Los indultos del presidente beneficiaron a miliares y guerrilleros, como parte de una política de pacificación. La revisión histórica realizada por el kirchnerismo echó por la borda esos intentos.
Ayer se conmemoró un nuevo aniversario de la última interrupción democrática que tuvo la Argentina. Nos acercamos casi a las cinco décadas de un proceso que ha marcado profundas secuelas en nuestro país y varias heridas que aún hoy no hemos podido —ni querido— suturar.
No se trata de hacer un análisis ni un balance sobre lo que nos trajeron las distintas Juntas militares que gobernaron el Proceso de Reorganización Nacional, y cuyas consecuencias aún persisten. En efecto, es fundamental poner en perspectiva esta fecha como la oportunidad que hemos dejado pasar los argentinos para cerrar esas heridas que cosecharon los años 70.
Y en este punto, los años del menemismo tienen un valor destacadísimo, ya que durante la gestión presidencial y el liderazgo del caudillo riojano, Argentina se encaminó con pruebas contundentes hacia una instancia de pacificación nacional.
Carlos Saúl Menem, como tantos otros dirigentes, fue una víctima política que le tocó padecer la cárcel durante el gobierno militar. Su detención comenzó el 25 de marzo de 1976 y culminó, después de pasar por distintos establecimientos penitenciarios, en febrero de 1980. Menem no solo carecía de algún tipo de vínculo o compromiso guerrillero que lo hiciera “potencialmente peligroso” para un régimen cobarde como el que encabezaba Jorge Rafael Videla, sino que estando preso le tocó sufrir un ensañamiento vil como cuando, por ejemplo, le impidieron despedir a su madre fallecida.
Sin embargo, estos hechos biográficos no le impidieron liderar una política de pacificación durante su presidencia. Al contrario, le dieron una altura y magnanimidad que lo ponen por encima de cualquier estadista moderno.
Los indultos que Menem dictó, beneficiando por igual a militares y guerrilleros, marcó un precedente único en la historia argentina. Y lo hizo, sin privarse de detalles dignos de un hombre de estatura moral, como cuando permitió que uno de los verdugos que más lo maltrató en su cautiverio, el general Albano Harguindeguy, fuera uno de los primeros en beneficiarse con la libertad tras los indultos.
Este fue un esfuerzo que vino acompañado por un discurso —ya mismo desde la campaña que lo depositó en la Casa Rosada— de unidad nacional. Hechos y palabras que la izquierda argentina nunca le perdonó.
Pero semejante política pública de reconciliación, avalada por un apoyo social contundente, fue incinerado y tirado por la borda durante los años infames del kirchnerismo. Como si a la Argentina no le faltaran grietas en su historia, Néstor primero y Cristina Kirchner después, por mera especulación política montaron —de la mano de mano oscura de Horacio Verbitsky— una estrategia de revisión sobre los años 70, llevándose puestos el intento de pacificación del menemismo, y demonizando al líder que lo hizo posible.
Sí… Los mismos que no combatieron ninguna dictadura ni padecieron un solo tormento. A partir de ese momento, se montó todo un relato, una estrategia político-judicial, y se destinó un presupuesto millonario para dotar de identidad política a un kirchnerismo que comenzaba a efectuar su parricidio con el duhaldismo. Hay que decirlo con todas las letras: a la Argentina y su paz histórica, le salió muy cara la alianza del kirchnerismo con la izquierda y el Frepasito tardío y residual.
Pasaron 20 años para que llegara una nueva gestión presidencial, esta vez de la mano de un outsider, para poner el freno de mano sobre un relato que lo único que hizo fue dividir artificialmente a la sociedad; profundizar el dolor de las víctimas de la guerrilla marxista que fueron deliberadamente ignoradas; legitimar la violencia de un solo bando y hasta montar un “curro” con enormes pérdidas presupuestarias.
La batalla cultural que está liderando el presidente Javier Milei para que los argentinos recuperemos la Memoria completa es una gran oportunidad para sanear definitivamente lo que se estropeó durante estos años.
Sólo una mirada objetiva del pasado nos permitirá tener un futuro que esté a la altura de las circunstancias. Así lo comprendió Menem, y así lo entiende Milei. Dos tipos que la vieron.